capítulo 9.
Capítulo 9

—Dar las gracias no estaría mal —dijo una voz cortante, quebrando el silencio de la habitación.

En el umbral, de pie con los brazos cruzados y su habitual expresión indescifrable, estaba Esteban. Sus ojos rojos brillaban con intensidad sobrenatural, clavados en Zaria, su destinada. Aunque mantenía la distancia, su cuerpo entero temblaba por la necesidad contenida de acercarse, de tomarla entre sus brazos, de protegerla de todo el dolor que había experimentado. Pero se detuvo. Porque mostrarse vulnerable, mostrar su necesidad por ella, le parecería una debilidad. Y él no se permitía ser débil.

Los gemelos demonios y Elián lo observaron con recelo, recordando cómo se había comportado con Zaria en el pasado. Su tono, su frialdad. Pero Esteban no los miró; solo tenía ojos para ella.

Zaria también lo vio. Y en su mirada se reflejó un destello de dolor. Ese gesto, esa mirada helada, era la misma que solía recibir de Kerry cuando se atrevía a interrumpirlo en su despacho. Sintiendo
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