Scarlett se despertó a las siete y media en medio de un silencio absoluto. No se oía correr el agua del baño principal, ni pasos en las escaleras de mármol, ni el ruido del BMW de Víctor arrancando en el garaje. Se quedó tumbada en la cama unos minutos, mirando al techo y tratando de convencerse de que no le importaba.
Pero cuando finalmente se arrastró escaleras abajo para preparar café, las llaves del coche de Víctor seguían sobre la mesa del vestíbulo, donde él las había dejado la noche anterior.
«Nunca falta al trabajo», murmuró para sí misma mientras se servía café en su taza favorita. «Incluso cuando está enfermo, va a la oficina solo para demostrar lo dedicado que es».
Intentó concentrarse en sus propios planes para el día: visitar a Rosaline, quizá pasar por la oficina de Mason para darle las gracias de nuevo por lo de ayer. Pero algo la inquietaba mientras estaba sentada en la isla de la cocina, bebiendo su café y viendo las noticias de la mañana.
Había un sedán negro aparcad