Hojas en otoño
Hojas en otoño
Por: Miriam Heredia
Dos tazas de café para esperar

La ciudad nocturna era una muy distinta a la ciudad diurna. Por la noche la ciudad se transformaba totalmente.

Las personas ya no salían por trabajo o por la escuela, sino por mera diversión; salían a cenar, en citas o tan solo a caminar, pero por sobre todo a bailar en los clubes nocturnos; la música era, para cualquiera, un escape de todo.

La llegada de los 60s se llevó la angustia de los 50s y borró el sufrimiento de los 40s, de la mente de la mayoría de las personas; además de traer consigo a la famosa banda de rock: "The Beatles".

* * *

Miranda Gardner, era una chica divertida, ocurrente y bastante activa; era fanática de ir de un lugar a otro, probando cosas nuevas y conociendo personas, pero por sobre todo, ella adoraba la joyería, la ropa, el maquillaje y los accesorios. Básicamente todo aquello que ayudara a resaltar su belleza natural, aunque eso no le costaba mucho: su estilo era impecable y ella bellísima.

Su estatura era la promedio, su cuerpo poseía curvas delicadas y bien marcadas, su cabello era castaño y sus ojos color miel.

Aquella tarde, Miranda se arreglaba para salir.

Se puso su mejor vestido de noche; era rojo, relativamente corto y tenía un pronunciado, pero no vulgar, escote en "V".

Usó zapatillas negras con un tacón considerable, y como siempre: medias. Pero claro, como no puede faltar; fue a buscar sus joyas; una gargantilla, aretes y un brazalete a juego, todas las piezas, sin excepción, presumían diamantes bien pulidos.

Sus mejores amigas: Angela y Megan, llegarían pronto para ir, todas juntas, a un club; Miranda casi no las acompañaba a ese tipo de eventos sociales (clubes y fiestas), le parecían vulgares y una pérdida de tiempo, además de que, creía, aquello la convertiría en un "imán de tentaciones". Pero todo aquel mar de pensamientos y creencias, se volvió irrelevante cuando ella vio a Erick caminando de la mano de otra chica.

Entonces su corazón se vio roto en infinidad de pedazos.

Por mucho tiempo —casi desde la infancia—, Miranda había estado perdidamente enamorada de él y, hasta hacía unos días, había parecido que él también lo estaba; por desgracia no fue así, él solo estaba jugando y ni siquiera se había dado cuenta.

Ella pintó sus labios de rojo con cierta fiereza, pensaba en Erick y en la desconocida chica, mientras lo hacía; ambos se habían llevado sus sueños de manera despiadada.

Enchinó sus pestañas con movimientos lentos, e incluso, en su rostro, apareció una sonrisa de lado cargada de resentimiento y, quizás, algo de retadora seducción. Ya no pensaba en Erick, ni en la chica, ni en sus ilusiones rotas; ahora solo podía pensar en a quién podría conocer en el club.

Tal vez sonaba algo infantil, pero confiaba en encontrar a alguien, no en encontrar el amor, pero sí la venganza.

Se prometió que bailaría con muchos hombres, quizás con más de los pudiera contar y cada uno sería más apuesto que el anterior. Probaría, también, infinidad de cocteles y bebidas, todas con alcohol; pero no más de lo aceptable, no quería perderse en el limbo de la embriaguez y no recordar nada de la noche. Eso sería una tragedia que no estaba dispuesta a afrontar.

* * *

Megan y Angela llamaron a la puerta unos minutos después; fue la madre de Miranda quien abrió: Victoria Gardner.

Ella era una típica mujer adinerada, no se dedicaba a su hogar más que para probar la comida que Rose (la mucama de la familia), preparaba; o supervisar que los muebles estuvieran impecables; pobre de Rose sí la señora Gardner encontraba una mota de polvo en la mesa de noche o el closet.

La señora Gardner dedicaba la mayor parte de su tiempo a actividades sociales, tales como organizar cenas, salir con sus amigas a tomar una taza de café, ir al club de jardinería, salir de compras y, después, en la tarde, pasar el tiempo con su querido esposo, Joseph Gardner, intercambiando anecdotas del día.

Las chicas admiraron la belleza de la madre de su amiga antes de decir algo, sí bien la conocían hacía ya bastante tiempo; su belleza no dejaba de sorprenderlas. Su tez blanca contrastaba exquisitamente con su negro cabello; su rostro de facciones finas y sus brillantes ojos miel la hacían ver mucho más joven de lo que era en realidad. Siempre iba perfectamente peinada y maquillada, lo que la hacía ver más radiante aún.

Sin duda, Miranda había heredado su belleza y porte, sin mencionar la elegancia.

— ¡Megan, Angie! —, saludó después de sonreír a sus espaldas, seguramente a su esposo—, Miranda aún no baja, ¿gustan pasar?

— ¡Hola, señora Gardner! —, correspondió Megan; la más extrovertida del trío y, para algunos, la más bonita. Claro que aquel título dependía mucho de los gustos del crítico. Su cuerpo parecía esculpido por el más minucioso de los artistas, su rostro tierno, redondo y sin aparentes imperfecciones atraía más de una mirada y, sumándole, sus lindos ojos verdes y su rubio y rizado cabello: ella robaba suspiros a dondequiera que fuera.

Angela saludó con un gesto; ella nunca había sido muy hábil con las palabras, y quien la conocía lo sabía, a pesar de ello (o tal vez por ello), era alguien sumamente amigable y divertida.

Sus ojos eran avellana, su cabello pelirrojo y lacio, y su rostro estaba decorado con pecas; ella era realmente linda y callada, cosa que atraía, también, a muchos hombres.

Las chicas entraron cuando la señora Gardner abrió la puerta en su totalidad; saludaron al señor Gardner —quien se veía igual de joven que su esposa, además de ser bastante apuesto—, él escuchaba la radio mientras leía, por lo que correspondió el saludo, únicamente con una sonrisa y un gesto casi inperceptible.

— Lo siento, chicas; antes de que llegaran, mi querido Joseph estaba leyendo para mí—, explicó Victoria, cuando Megan y Angela la miraron confundidas por la reacción del señor Gardner.

— Oh, lamentamos interrumpir—, se disculpó Angela, por las dos

— No se disculpen, lindas. ¿Algo de beber?

—Claro—, la pelirroja llevó su mirada a Megan casi de inmediato— ¿qué, Angie? No creo que Miranda baje pronto. Tomemos algo

— Megan...— antes de que pudiera responder, la señora Gardner ya había llamado a Rose

— Tenemos tarta de manzana—, la preocupación de Angie desapareció súbitamente; se olvidó por completo de Miranda y del club, al escuchar el nombre de su postre favorito—, entonces... ¿café negro?

— Por favor

— Claro, Angie. ¿Tú, Megan? ¿Con leche?—, la rubia asintió

— ¿Señora?—, preguntó Rose al entrar a la habitación; Victoria se volvió a ella

— Rose, trae dos cafés para las amigas de Miranda, uno con leche—, la mucama asintió—, ¡Ah! Y no olvides la tarta

— Claro, señora. ¿Algo más?

— Nada, es todo Rose

La mujer salió inmediatamente para cumplir las ordenes que se le habían otorgado. Mientras tanto, las chicas tomaron asiento.

Joseph Gardner ya había dejado su libro a un lado, volvía a la realidad con ayuda de la música y prestaba atención a las mujeres. Ellas hablaban alegremente sobre los planes para aquella noche, pero esto le importaba poco a él.

Lo que realmente le importaba y robaba su atención entera, no era la alocada noche que le esperaba a su adorada hija, sino lo bella que se veía su esposa al reír y hacer gestos con las manos, sentía el más grande amor por ella y aquella sonrisa suya, solo lo hacía enamorarse más.

Cuando Victoria se percató de que la veía, le regaló una radiante sonrisa, acto que aceleró el corazón de Joseph, justo como un adolescente que experimenta por vez primera, el amor.

— Señoritas —, sus miradas permanecieron unidas por el contacto visual, incluso cuando Rose entró a la habitación para entregar las bebidas

— Gracias

— Gracias, Rose —, respondieron ambas al unísono, la mencionada asintió sonriendo y se retiró

* * *

Su castaño cabello pasaba de estar recogido en un chongo bajo a estar completamente suelto o tan solo decorado por un broche metálico; todo en cuestión de segundos.

Miranda no lograba decidir que peinado usar, su cabello era corto y quebrado, se veía precioso cuando estaba únicamente decorado por un broche, pero a ella le encantaba verlo recogido en un peinado bajo y con dos mechones enmarcando su blanco rostro; hacían que sus ojos miel resaltaran y se vieran algo misteriosos.

Misteriosamente sensuales.

Por fin se decidió por un peinado parcialmente recogido y decorado con un precioso broche plateado con incrustaciones que simulaban ser diamantes. Iba a juego con el resto de sus joyas. Dos mechones de su castaño cabello enmarcaron su rostro y, aunado al labial rojo, la hacían ver todavía más hermosa de lo que era.

Sonrió satisfecha al espejo del tocador, se aplicó perfume y fue a buscar un buen abrigo y gorro; eso le tomaría algunos minutos más, los suficientes para que sus amigas terminaran su café.

* * *

Las chicas comenzaban a desesperarse. A pesar de saber lo mucho que su amiga solía tardar en arreglarse, su paciencia no era tan extensa.

Y tampoco querían seguir interrumpiendo el momento que el señor y la señora Gardner deseaban tener, pero que se esforzaban por postergar.

— Iré a ver sí Miranda está lista —, anunció Angela levantándose, Megan la observó sorprendida, no por lo que haría, sino por la seguridad con que había hablado, era casi irreal.

— Claro —, respondió la señora Gardner con una sonrisa amable

Angela dirigió sus pasos al piso de arriba, no tardaría mucho en llegar a la habitación de Miranda y, una vez ahí no sería muy tolerante, o ese era el plan.

La puerta del dormitorio se abrió de repente antes de que la pelirroja llegara; cosa que le sobresaltó. Miranda salió con un bolso colgando en el brazo y acomodando su abrigo; levantó las cejas al encontrarse con Angela.

— ¡Hola, Angie! —, saludó; la mencionada no respondió, seguía algo impactada — ¿nos vamos? Está Megan abajo, ¿cierto?

Angela asintió y se hizo a un lado para permitir a su radiante amiga pasar; Miranda siguió su camino escaleras abajo, ya estaba lista para irse y para socializar en un club nocturno hasta olvidarse de todo.

Megan las esperaba al pie de la escalera, parecía impaciente por escuchar lo que, ella suponía, sucedería escaleras arriba; por desgracia no escuchó más que pasos descendentes. ¿Qué demonios había sucedido arriba?

— Vámonos, Megan —, dijo Miranda pasando a su lado como sí nada estuviese sucediendo.

La rubia se disponía a responder, pero no consiguió hacerlo.

— Si Megan, vámonos —, repitió Angela; así que la rubia cerró la boca y frunció el ceño, no entendía que había pasado, pero tampoco sabía sí quería hacerlo.

Solo las siguió, al menos habían tomado café al esperar.

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