No sabía cuánto tiempo había pasado llorando, pero seguramente había sido mucho. Los ojos le ardían y podía sentir como si estuviesen hechos de cemento, pesaban como el infierno y ya no querían estar más tiempo.
Desde la habitación de Alba se podía observar el sol del amanecer, ya que tenía una pequeña ventana alargada que dejaba a los rayos entrar a iluminar parte de la habitación. Había tenido que pagarle a un enfermero para que lo deje quedarse allí toda la noche. Estaba amaneciendo y podía sentir cómo el caliente astro rey le quemaba la espalda, aún por sobre el vidrio del ventanal.
Enzo había entrado a la medianoche, justo después de que dejara Emma en la habitación contigua. Bueno, en realidad no sabía en qué habitación estaba, no le interesaba saberlo. En ese momento no