Helena se sentó en aquel avión con expresión ida, y no dijo ni una sola palabra mientras hacían el trayecto hasta Madrid. Marco se había quedado en Kalamata, Luna tenía que estar en el hospital al menos por otros dos días, y sabía que no iba a separarse de la bebé hasta que Marina dijera que estaba bien para irse.
—…ena… lena… ¡Helena!
Se sobresaltó con la exclamación de Sergio y se giró hacia él con la mirada inquieta.
—Ya aterrizamos.
Helena se aferró a los brazos del asiento sin saber por qué. No quería bajarse.
—¿Estás bien? —Sergio empezó a asustarse cuando la vio así.
Ella negó con la cabeza y el sollozo más desconsolado se le escapó. El español se sentó a su lado, y tomándola de