Montar la tienda no fue problema, Bea lo hizo en un abrir y cerrar de ojos. El problema sería compartirla, con lo pequeña que era.
—Yo no voy a dormir afuera, Magnus.
—Tampoco vas a dormir adentro sin darte un baño. Nadie va a ir a dormir sin darse un baño. Caminamos todo el día y estamos sudados. Mi piel se irrita con el sudor, ya empiezo a tener comezón.
Bea miró a su alrededor. El río no era muy profundo, pero más arriba había una fosa donde el agua se acumulaba hasta rebalsar y caer un una pequeña cascada.
—No voy a meterme ahí, puede haber sanguijuelas.
—Es el sudor o las sanguijuelas, Magnus. No se lo puede tener todo en la vida.
Magnus inhaló profundamente y exhaló con lentitud. Repitió la maniobra. Bea veía en él un volcán a punto de hacer erupción.
—Ya sé —dijo ella—. La carpa será del que se bañe.
Se quitó la ropa frente a un aturdido Magnus y se lanzó al agua sólo en lencería.
—¿Vas a dormir a la intemperie con los mosquitos y las serpientes, Magnus? —le dijo Bea, juguetea