LXII El nuevo Magnus

Hoy sería el gran día.

—Esto es increíble. Mamá no volverá a decir que eres un vago cuando sepa todo el dinero que estás ganando con tus conciertos.

—Para ella seré un vago hasta que me muera, aunque me sepulten en un ataúd de oro.

Pese a su creciente fortuna, el estilo de Steve no cambiaba. Las ropas viejas y gastadas eras sus prendas predilectas, aunque la gente se volviera para darle una moneda en la calle.

—Stevo, ¿ya terminaste? —preguntó una mujer, asomándose a la oficina donde él y Bea revisaban unos documentos.

A Bea los piercings en su cara le recordaron a los de Serafina.

—Ya voy, nena. Espérame en el descapotable.

La mujer se retiró luego de sonreírle juguetonamente.

—Recuérdale que haga las tareas de la escuela entre follada y follada —recalcó Bea.

—Envidiosa. Para que lo sepas, está a poco de graduarse de cirujana. Y no seas vulgar. No me esperes despierta.

Ella siguió ordenando mucho después de que su padre hubiera partido. Esa habilidad del hombre para no comprometerse
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