XVI Un viajecito

A la llegada del auto de Magnus y Bea, los habitantes de la casona se apresuraron a ir a esperarlos a la entrada.

La pareja de prometidos, que había estado tres días y sus respectivas noches fuera, llegaba como si de una luna de miel se tratara, sonrientes y muy animados.

—¡Familia, buenos días! —los saludó Magnus—. Realmente los extrañé. Mi novia y yo nos divertimos mucho y estoy agotado. Nos vemos a la hora de almuerzo.

El hombre, que tenía un parche en la cabeza, cruzó el umbral con sus zapatos, sin detenerse a ponerse las pantuflas. Siguió con ellos hasta la escalera y más allá.

Y no llevaba los guantes puestos.

—¿Y a este qué le pasó? —se preguntó Ale.

—Es la magia del amor —supuso Elena, aplaudiendo.

—Yo también estoy agotada, quiero dormir un año. —Bea anduvo hasta la cocina.

Irene le preparó un té.

—Cuéntamelo todo. ¿Qué le hiciste a Magnus? Se veía tan feliz y relajado, si hasta parecía que flotaba —dijo Elena.

—¿No me digas que entre tú y el joven Magnus pasó algo? —pregunt
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