LVIII Voluntad quebrada

Una hora estuvo Magnus en la ducha, como en los viejos tiempos. Esta vez Bea no derribó la puerta, aunque ganas no le faltaron. Y no precisamente para salvarlo.

—Ya me siento mejor —dijo él cuando salió.

—Pues te va a durar poco. Explícame lo que pasó, Magnus y más te vale que sea una explicación convincente.

—Ya te lo dije, fue para ayudarte. Si mis peores empleados pueden pasear impunemente por Europa en un Ferrari gracias a mi dinero y darse la gran vida, ¿cómo podría permitir que mi esposa tenga deudas?

—¡Lo hiciste a propósito, confiésalo! ¡Lo hiciste para que ya no trabajara con la arcilla!

—¿Por qué querría eso?

—¡Oh, por Dios! No seas cínico.

—Bea, me estás tratando como si fuese alguna especie de mente criminal. No sé el tipo de trato que tenían tu ex jefe y tú, pero ya no le debes nada.

Bea inhaló profundamente, la cabeza iba a explotarle. Necesitaba también un baño con agua fría porque la sangre le ardía.

—Tienes razón, amor. Disculpa por mi reacción tan apasionada. Creo
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