Capítulo 4

—Ven aquí, hombre, eso nos pasa a todos — un hombre me ayudó a levantar y me brindó una copa—. Toma, y bebe suave, porque entre más fuerza hagas, más te va a doler.

No comprendí sus palabras, pero sí recibí el trago para bajar el dolor y la ansiedad que se había implantado en mi garganta. Por poco vómito lo que ese hombre me dio, pues ese trago estuvo más fuerte y amargo, nada comparado al sabor dulce de la cerveza que estábamos bebiendo antes.

—¿Estás bien? — me preguntó Amelia aun con el leve rastro del sonrojo en sus mejillas.

—Sí, estoy bien.

—Que bueno...

—¿Quieren venir con nosotros al bar, chicos? — nos preguntó el mismo hombre, tomando la mano de una mujer—. Vamos a celebrar otro poco.

—No lo sé, ¿tú qué dices? — pedí su opinión.

—Vamos, aún no podemos irnos de igual forma. Supongo que tendremos que pasar la noche aquí.

—¡Muy bien!

Nos fuimos con el grupo de amigos de aquel hombre a seguir festejando el inicio del año nuevo. Bailamos y bebimos hasta que la conciencia dijo basta. Por mi parte, no podía más, estaba a punto de perderme en el mar de los sueños. Nunca me había sentido tan libre en la vida, por eso bebí sin ningún tipo de control. Amelia estaba más cuerda que yo, pero no tan bien para hacer lo correcto.

—Creo que deberíamos ir a descansar, no puedo más.

—Yo tampoco — murmuré, dejando caer la cabeza sobre la mesa.

—Ven, yo te llevo a una habitación — Amelia me rodeó con su brazo y me arrastró con ella en medio de risas hasta la recepción.

Tan pronto nos asignaron nuestras habitaciones, subimos por el ascensor en dirección al mismo piso, pues nos dieron una junto a la otra.

—Gracias por todo lo de hoy, ha sido espectacular conocerte — me miró, y de nuevo mi mirada recayó en la suavidad de su boca—. Me he divertido muchísimo, espero que no perdamos contacto. Me gustaría que volviéramos a salir y divertirnos como ahora.

—¿Sabes una cosa?

—¿Qué cosa?

La aseguré entre mis brazos y me acerqué a ella, con la necesidad de sentir su calor y ese aroma dulce, pero amargo de su perfume.

—Que me muero por besarte de nuevo. ¿Está mal si lo hago?

—Mal sería no hacerlo, ¿o sí está mal...?

Arrebaté las palabras de su boca, perdiéndome en la fiereza y en la dulzura de sus labios. Enredamos nuestras lenguas en un juego lleno de humedad y desenfreno. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y profundizó el beso tomándome del cabello y presionando mi boca aún más contra la suya mientras mis manos inexpertas y ambiciosas empezaron a explorar casa curva de su cuerpo.

Según las puertas del ascensor se abrieron, salimos y caminamos entre besos, jadeos, caricias y pasos torpes a alguna de las dos habitaciones que nos habían entregado en la recepción. El escalofrío recorrió todo mi cuerpo con anticipación. Mi hombría palpitaba deseoso de ser liberado como nunca antes.

—¿Está mal si lo hacemos? — tan pronto cerré la puerta de la habitación, la acorralé contra ella.

—No, no está mal... — gimió—. Lo malo es no aprovechar las oportunidades. No todos los días soy besada tan intensamente por un hombre tan atractivo y sexi como tú. ¡Soy libre y puedo meterme en la cama con quién sea!

Dejé besos por su cuello y mejilla al tiempo que acariciaba sus caderas y me frotaba contra ella. Nuestros jadeos subieron de intensidad con el pasar de los segundos, no podía apartarme de ella y, para ser sincero, ya no me quedaba voluntad tampoco para hacerlo.

—Acuéstate _ rompió nuestro beso, mordiendo su labio inferior muy seductoramente.

Me tiré en la cama de espaldas sin dejar de verla ni un solo segundo. Sus ojos son grises, tan grises como el cielo nublado. Su ardiente mirada me repasó sin descaro, soltando su cabello y dejándolo caer en ondas en parte de su rostro y su pecho. Seguidamente, se dio vuelta y me dio una mirada y una sonrisa de soslayo al mismo tiempo en el que bajaba el vestido blanco por sus hombros. Se me hizo estar observando a detalle la forma de un precioso ángel.

—Eres preciosa...

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