Elena giró la llave con un suspiro. El sonido del cerrojo cediendo resonó en el silencio del pasillo del edificio. Su nuevo hogar. O al menos, eso intentaba repetirse.
El departamento le pertenecía desde hace meses, un regalo póstumo de sus padres. Antes de su muerte, ella no vivía con ellos. Tenía su propia vida en un pequeño cuarto que compartía con su mejor amiga, mientras trabajaba en su tienda de flores. Pero ahora, con ellos ausentes, la casa quedó en sus manos. Por un tiempo, pensó en venderla. Le parecía demasiado grande para ella sola y, sobre todo, estaba llena de recuerdos que no sabía si podía enfrentar. Así que la dejó cerrada casi un año, sin atreverse a entrar. Solo enviaba a alguien a limpiarla de vez en cuando, asegurándose de que el polvo y el tiempo no la reclamaran por completo. Pero, al final, la idea de desprenderse de lo último que le quedaba de sus padres le resultó insoportable. Así que se obligó a mudarse. No era fácil. Perder a sus padres le había dolido como nada en el mundo, pero con el tiempo, había aprendido a sobrellevarlo. Ya no era un dolor punzante e insoportable, sino un peso silencioso en su pecho, uno que probablemente la acompañaría siempre. Suspiró, tratando de enfocarse en lo que tenía enfrente. Ajustó la caja entre sus brazos y se preparó para entrar cuando una voz masculina la sorprendió. —¿Necesitas ayuda con eso? Elena dio un respingo, girándose bruscamente. Un voz gruesa la había sorprendido. Su vecino. Damián, el cual se quedó inmóvil por unos segundos. Frente a él estaba una mujer increíblemente hermosa. Su cabello castaño ondeado enmarcaba un rostro de facciones suaves y delicadas. Sus ojos marrones tenían un brillo profundo, atrapante, y su nariz pequeña, casi de botón, le daba un aire inocente que contrastaba con sus labios tentadoramente besables. Pero no solo era su rostro lo que llamaba la atención. Su cuerpo era delgado, con suaves y ligeras curvas que le daban una elegancia sutil. Pequeña y delicada, pero con una presencia que de inmediato lo atrapaba. No la había visto antes, y si lo hubiera hecho, lo recordaría. Sintió el impulso inmediato de invitarla a salir, aunque supo de inmediato que no era el momento. No después de lo que acababa de notar en su mirada. Elena bajó la mirada, sintiéndose incómoda con la repentina atención. —Oh… no, gracias —murmuró, aferrándose a la caja. —¿Seguro? —insistió él con un tono suave—. No me cuesta nada ayudarte. Elena titubeó. No era de confiar fácilmente en desconocidos, y menos en hombres que parecían sacados de una revista de modelos. Pero la caja pesaba más de lo que esperaba y sus brazos ya comenzaban a doler. Damián notó su indecisión y levantó las manos en un gesto tranquilo. —Prometo que no es un truco para invadir tu casa ni nada raro —bromeó con una sonrisa amigable—. Solo quiero ayudar. Elena dudó un momento más antes de asentir levemente. —Está bien… gracias. Damián tomó la caja con facilidad, como si no pesara nada, y la llevó adentro sin esfuerzo. La dejó junto a las demás y se giró hacia ella con una expresión relajada. —Damián. Vivo al lado. —Elena —respondió ella en voz baja. —Bienvenida al vecindario, Elena. —Gracias —dijo ella, sin saber muy bien qué más agregar. Damián la observó por un instante antes de sonreír levemente. —Conocía a los antiguos propietarios. Elena sintió un leve nudo en la garganta, pero esta vez decidió aclararlo de inmediato. —Eran mis padres. Damián asintió con seriedad, notando la emoción en su voz. —Eran muy amables. Siempre me saludaban cuando coincidíamos en el pasillo. A veces hablaban conmigo sobre la universidad. Eran buenas personas. Elena bajó la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. —Lo eran —murmuró con voz más baja de lo que pretendía. Damián sostuvo su mirada por un instante, como si quisiera decir algo más, pero al final solo asintió. —Lamento lo que pasó. Elena le dedicó una pequeña sonrisa de cortesía, sin saber qué más decir. —Bueno, si necesitas algo, solo toca mi puerta —agregó él antes de girarse hacia la salida. Fue en ese momento cuando Elena notó su aroma. Era varonil, amaderado que se impregnó sutilmente en el ambiente. Un aroma que no era invasivo, pero que de alguna manera le resultó atractivo. Damián le dedicó una última sonrisa antes de desaparecer por la puerta. Tal vez no era el momento de invitarla a salir, aunque ganas no le faltaban. Tal vez no era el momento de invitarla a salir, aunque ganas no le faltaban. Esa mujer hermosa lo había atrapado, y lo peor era que ni siquiera había hecho nada. Solo estaba ahí, con su mirada tímida y su voz suave, con su aroma floral y su presencia que llenaba el espacio sin esfuerzo. Él estaba acostumbrado a coquetear, a jugar con las palabras y la seducción como si fueran parte de su naturaleza. Pero con ella… con Elena, algo era diferente. No era solo su belleza. Era el misterio en sus ojos, la manera en que parecía fuerte y frágil al mismo tiempo. Damián pasó la lengua por su labio inferior, sintiendo un ligero cosquilleo de frustración. Definitivamente, tendría que tomarse su tiempo con ella. Pero una cosa tenía clara. Quería que sea suya.Había pasado un año y medio desde que Elena Fusset se había mudado al departamento. En todo ese tiempo, su rutina había sido la misma: trabajar en su tienda de flores, regresar a casa agotada y repetir el ciclo al día siguiente. No se consideraba alguien sociable, y aunque conocía a algunos vecinos, solo intercambiaba saludos cortos o conversaciones superficiales. Sin embargo, había una excepción. Damián. Elena llegó del trabajo con el cansancio pegado al cuerpo. El ascensor seguía malogrado, así que no tuvo más opción que subir las escaleras. Soltó un suspiro y comenzó a subir los escalones con pasos pesados, deseando nada más que una ducha caliente y descansar. A mitad del tramo, escuchó pasos detrás de ella. Por inercia, giró un poco la cabeza y entonces lo vio. Damián. Su vecino. Alto, asombrosamente fornido, sexy sin esfuerzo, con esa manera de moverse que parecía diseñada para llamar la atención. Su camiseta se ajustaba a su torso, marcando cada músculo con descaro, y su e
Damián exhaló con frustración, empujando esos pensamientos fuera de su cabeza. No servía de nada imaginar lo que no podía tener. Elena tenía novio, por más que ese imbécil no la valorara como debería.Pero si algún día ella decidía dejarlo…Sacudió la cabeza, apagando la ducha bruscamente. No podía permitirse pensar de esa manera. No cuando ella seguía atrapada en una relación que, a juzgar por lo que había escuchado, estaba llegando a su límite.Se pasó una toalla por el cabello, mirándose en el espejo con el ceño fruncido. Su reflejo le devolvió la mirada con la misma intensidad con la que él pensaba en Elena.No. No era momento de actuar. Pero si ella llegaba a ser libre, él no cometería el mismo error dos veces. Esta vez, se aseguraría de no quedarse de brazos cruzados.Porque si alguien iba a demostrarle a Elena lo que era ser realmente deseada, no sería su patético novio actual.Sería él.Elena, por su parte, no pudo dormir bien esa noche.Dio vueltas en la cama una y otra vez,
Pasaron pocos dias y Elena ya estaba perdiendo toda la paciencia que le quedaba con este hombre, tenía ciertas ganas de ahorcarlo por momentos. No supo en que momento pudo ver algún encanto en el, no lo recordaba de esa forma, ahora parece que su armario es todo el departamento, ropa por aquí, ropa por allá, y Dios quiere que esa ropa sea limpia, pero no. Se encontraba en un punto en el que le daba igual si algo le pasaba, no la ayudaba con las cosas de la casa, y muy poco o nada daba para llenar la refrigeradora y poder comer en el mes, pero la conchudez es grande en algunas personas. Ella parecía que estaba criando a un niño. Mientras ella separa la ropa sucia de la limpia que el debería hacer, el individuo se encontraba sentado en un pequeño sillón del cuarto, como si la vida le pudiese solucionar todos su problemas en un santiamén, concentrado otra vez en el celular y sería bueno si el tuviese un trabajo. Elena pensaba que era otro vago mas en el mundo, ella observo la habitación
Se adentró en el departamento azotando la puerta y fue directo a su cuarto. Se sentía estresada por tanto griterío que había soltado, pero sabía que nada la aliviaría más que un buen baño. Saltó a la cama, agarró la almohada y ahogó un grito allí. No quería que los vecinos pensaran que estaba loca. Levantó la mirada hacia el reloj apoyado sobre la cabecera de la cama: cinco y treinta. Se dirigió al baño, abrió la ducha y esperó a que el agua saliera caliente. Ya desnuda, dio un paso bajo el chorro y suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, se lavó el cabello, se afeitó las piernas… El agua fue su refugio durante casi una hora. Al salir, se sentía renovada, sensible. Soltó su cabello, uso la secadora, y fue hacia su cama para aplicarse crema en el cuerpo. Justo ahora, más que nunca, se sentía femenina. Volvería a cuidarse. Notó cómo ciertas partes de su piel estaban resecas. Cerró los ojos, colocó crema en sus hombros y pensó: ¿En qué momento me descuidé tanto? —Hola. Levantó la mirad
Caminó hacia la habitación con paso seguro, mientras su miembro rozaba su entrada, tan duro y palpitante como su propio deseo. La colocó sobre la cama como si fuera de seda, para después quitarle la camisa que tenia puesta. La observó un instante, sonrojada por el deseo, con los labios entreabiertos, con los pezones erectos tentado a ser chupados, la curva de sus caderas, la humedad evidente entre sus muslos. Se mordió el labio inferior y bajó la mirada hacia su propio sexo, orgulloso y erguido, vibrante de anticipación. Se arrodilló frente a la cama y separó suavemente sus piernas. Elena temblaba, no de miedo, sino de expectativa. Damián deslizó sus manos por el interior de sus muslos, subiendo lentamente, con una reverencia casi religiosa. Cuando sus dedos tocaron los labios húmedos de su intimidad, Elena soltó un jadeo. Él sonrió, complacido. —Estás tan mojada para mí… Damián acarició los pliegues húmedos con sus dedos, dibujando círculos suaves alrededor del centro de su
Al día siguiente, Elena no podía dejar de pensar en lo raro que había sido forma de cambiarse de Damian, aunque había pasado una noche exquisita con su cuerpo pero eso no la destrajo de algunos pensamientos. Inseguridades. No quería una relación romántica con un hombre al que no podía confiarle su corazón. Sus relaciones anteriores por supuesto fueron un completo y absoluto desastre, pero esta vez iba a tener precauciones e iba a empezar con no pensar tanto en el. Aunque fuese guapo, absolutamente sexy y condenadamente seductor no iba a caer rápidamente, por mas palabras que el le haya dicho. Pero maldita sea si es que el sexo era buenísimo, ella no podía evitar pensar en eso. A cada momentos le venían recuerdos que la hacían sonrojarse. —¡Ya basta! —Elena salió del trance en el que se encontraba y se dio cuenta de que había estado revolviendo las flores sin ningún sentido ni propósito.—¿No le vas a contar a tu mejor amiga qué es lo que te ha pasado? Amanda era una chica explosivame
Después de esa conversación, ambas se concentraron en el trabajo. Pasaron varias horas organizando pedidos, acomodando flores y asegurándose de que todo estuviera listo para el día siguiente. Finalmente, cerraron la tienda y salieron con un suspiro de cansancio. —Tenemos un pedido grande para mañana —dijo Amanda con pesar. —Y nos faltan los tulipanes en color lila con cierto toque azulado y blancos… —Elena lanzó un gemido de frustración—. Mañana, a primera hora, tienes que estar acechando. —Entendido, jefa —respondió Amanda con una sonrisa mientras empezaban la caminata hacia su casa—. Voy a hacer el pedido de las alitas picantes. —No te detengo —respondió Elena con una leve risa. La noche de pijamada prometía ser interesante, aunque Elena tenía claro que Amanda no iba a soltar el tema de Damian tan fácilmente. Elena sonrió con diversión mientras escuchaba a Amanda hablar. Extrañaba esos momentos con su amiga, y se daba cuenta de lo mucho que había perdido al dejarse absorb
—Gracias por acompañarme—Elena le sonrió tímidamente. Damian se acercó a ella, poniendo su mano en el marco de la puerta y pegándola hacia ella. —No hay de que—ella se preguntaba cómo es que él tenía una sonrisa tan sexy, eso no debería existir—¿me invitas a pasar? —Elena seducida por su mirada, apenas consiguió emitir una afirmación. Damián sonrió con satisfacción ante su respuesta y, con un movimiento ágil, empujó suavemente la puerta para entrar. Su presencia llenó el espacio, trayendo consigo ese aroma varonil que a Elena le resultaba tan embriagador. Ella retrocedió un paso, sintiendo su corazón latir con fuerza en el pecho. Había algo en él, en la forma en que la miraba, que hacía que su piel se estremeciera. —Espero no estar abusando de tu hospitalidad —bromeó Damián, con esa sonrisa ladeada que la hacía perder la razón. —No… para nada —respondió ella, aunque su voz salió un poco más baja de lo que pretendía. Él la observó en silencio por un momento, sus ojos recorri