XXX. Te necesito

Hayato salió de su habitación, pasadas las diez de la mañana, lucía desvelado; y aquella marca sobre su rostro, que la noche anterior era roja, comenzaba a tomar un color más bien morado. Frotaba su mano sobre su mejilla derecha tratando de masajearla y ver si el dolor aminoraba, aunque fuera sólo un poco. Llegó al amplio comedor, y se sentó frente a la enorme mesa de madera tallada, y aguardó a que Ayako le atendiera. Katō se acercó a él luciendo preocupado; eso era extraño, sobre todo viniendo de él. Arqueó una ceja y le miró interrogante.

—Satō-sama llegó esta mañana —le anunció—. Lucía bastante perturbado, debo decir. Al principio no sabía qué pensar, pero Shinichirō-sama llamó hace una hora para preguntar si Satō-sama estaba aquí, le escuché aliviado al responderle que así era; y m

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