Julian no tiene ni la menor idea de cómo es que ha terminado en las oficinas principales de Hill Group y mucho menos cómo es que ha terminado sentado en el chistoso sofá que parece un malvavisco por lo ridículamente esponjoso que es y por su color pastel, esperando ser atendido.
Ha sido como si sus piernas hubiesen tenido mente propia y lo hubieran traído hasta allí en contra de su voluntad. Eso lo enfada y mucho, por ello, por dentro riñe contra sí mismo.
La asistente de Giorgia, una mujer que se presentó como Victoria y que está tan buena como las mujeres que a él le fascinan, pero que extrañamente no se ha ganado su atención, lo mira desde el otro lado y Julian se pregunta si se dará cuenta de la batalla campal que se está llevando a cabo en su mente.
Victoria toma el teléfono, lo mira, dice algo y cuelga.
—Puede entrar, señor Lerner.
Le ofrece un cabeceo, manteniéndose muy serio, y se levanta, alisándose la pulcra chaqueta de su traje hecho a la medida.
Mientras camina hacia l