GITANA POR AMOR
GITANA POR AMOR
Por: Jeda Clavo
CAPÍTULO 1. EL ENCUENTRO

El viento mecía los árboles con fuerza, la lluvia comenzó a caer estrepitosamente, era el mes más lluvioso del año en la ciudad de Richmond. Lucila Moonchild, circulaba por Three Chopt Road, cuando de repente su auto hizo un pequeño ruido y se apagó, colocó el auto en neutro y lo dejó rodar hasta poderlo estacionar a un lado de la calzada.

Debido a la copiosa lluvia, se quedó en el auto con el aire acondicionado encendido y los vidrios arriba, de esa manera evitaría mojarse mientras rezaba fervientemente por un milagro. Intentó marcar el número de uno de sus hermanos o su padre para pedirles ayuda, pero lamentablemente su celular se había quedado sin batería, comenzó a buscar en su bolso el cargador portátil, después de volver su interior un desastre recordó haberlo sacado la tarde anterior cuando llegó a su casa, lo bajó distraídamente mientras atendía una llamada.

Hizo un gesto de enfado. Desde el momento de levantarse nada le había salido bien, para empezar se quedó dormida porque el despertador no sonó; cuando estaba haciendo el desayuno se le quemó, llegó tarde a clases, el salón reservado para celebrar su cumpleaños lo arrendaron a otra persona y tan solo quedaban cinco días para la fiesta, por otra parte, la tela escogida para su vestido no alcanzó y cuando fue a comprarla, no había el color seleccionado.

Aunque en este punto, debía reconocer, era la única culpable, cometió un error al no haber ido primero a la modista, esperar le indicara la cantidad de tela necesaria, no ella hacía todo al revés, pensó, se emocionó cuando la vio exhibida en una famosa tienda mientras paseaba por un Centro Comercial, y como siempre terminó cumpliendo sus caprichos, a pesar de la oposición de su madre; ahora se sentía muy avergonzada, con temor de confesarle lo sucedido; esa fue la razón por la cual salió sola, sin avisarle, porque debía reunirse con la modista para escoger otra tela.

Dio un golpe en el volante del auto, para tratar de disipar su frustración, como si no había sido suficientemente acontecido el día, terminó accidentada en pleno diluvio y sin poder hacer nada para resolver su situación. 

Las lágrimas estaban a punto de brotar de sus ojos, pero se contuvo, nunca se permitía ser débil, estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya, hasta ahora todos en su familia terminaban bailando al son marcado por ella, ese privilegio se lo daba ser hija única chica, pues tenía dos hermanos mayores, su padre era el mayor de cuatro hermanos, quienes a su vez, cada uno había tenido tres hijos. En cuanto a su madre, era la única mujer entre dos hermanos y ambos tenían dos hijos cada uno. En total eran veintitrés hombres incluyendo a sus abuelos, sin contar la generación reciente, seis niños, por lo cual ella era la única mujer joven y por consiguiente la más consentida, por eso todos buscaban la manera de complacerla y hacerla feliz, para evitar su enojo, porque cuando este sucedía hasta humo parecía salirle por la boca.

Ahora se encontraba allí, esperando el cese de la lluvia; sin darse cuenta terminó quedándose dormida, rato después, realmente no sabía cuánto tiempo había transcurrido, sintió unos pequeños toques en su ventanilla, despertó un poco desorientada. Se quedó viendo sorprendida tratando de identificar a la persona al otro lado del cristal.

Al enfocar bien su vista vio a un hombre, piel dorada, cabellos negros, hombros anchos y una nariz romana, con mentón cuadrado no pudo visualizarle el color de los ojos porque cargaba unas gafas, bajó la ventanilla y se quedó observándolo con confusión, porque desconocía el motivo de su presencia.

Por su parte, Nico había salido de su oficina en dos ocasiones en el período de una hora y media, en ambas oportunidades el automóvil permanecía estacionado en el mismo sitio, eso le causó curiosidad, además sentía una especie de extraña atracción conminándolo a acercarse. Esa sensación, no era muy común en él, porque aunque pertenecía a un pueblo hermético, con sólidos valores para quienes la solidaridad y hospitalidad, estas estaban reservados para ayudar solo a los suyos, esas características eran intrínsecas en ellos.

Por ello, le resultaba más extraño, obedecer a ese instinto. Normalmente poco le gustaba hablar con desconocidos, sin embargo, había algo impeliéndole acercarse para prestarle auxilio a la persona en el auto, aunque nunca imaginó encontrar a una jovencita de no más de dieciocho años con un cabello castaño claro, ojos grises con un destello café alrededor del iris, cuya primera mirada lo impactó mucho haciéndolo retroceder con temor; por eso después no quiso fijar más su vista en ella, el corazón le palpitaba con frenesí y sentía la necesidad de correr muy lejos de su lado, sin embargo, se armó de valor y habló en un tono severo, pero educado le habló.

Buenas tardes —. Saludó en voz seca, porque al tratarse de una mujer, quitó todo rastro de amabilidad.

No le gustaba estar a solas con mujeres desconocidas y menos si se trataba de una gorger, eran lanzadas y en su opinión la mayoría carecían de moral, sin embargo, no le quedó más alternativa. Ya estaba allí y no perdería nada ofreciéndole su ayuda. Por lo cual a regañadientes continuó hablando »¿Está en algún problema? —preguntó con seriedad, fijando su vista en un punto detrás de ella.

—Ah ok. ¡Mucho gusto! Soy Lucila Moonchild —dijo la chica extendiendo su mano amablemente, sin embargo, debió recogerla cuando el hombre ni siquiera hizo amago de extenderle la suya.

—¡¿Puede ir al grano y decirme cuál problema tiene?! No tengo tiempo para estar perdiendo con usted —expresó despectivamente y la chica se desconcertó por un momento.

La incomodidad la invadió no estaba acostumbrada a sufrir esos tipos de tratos déspotas. Durante toda su vida había estado rodeada de hombres, pero estos giraban alrededor de ella como la tierra alrededor del sol.

—Mi carro se apagó sin causa aparente, no tengo idea de las razones. —Expresó un tanto nerviosa.

—¡Ya veo! —Exclamó con una mueca.

Se quitó los lentes, dejando ver unos hermosos ojos verdes, quitando el aliento de Lucila, quien por un momento se sumergió en ellos y olvidó lo demás a su alrededor hasta escucharlo hablarle.

—¿Puede prestar atención a mi petición? —espetó molesto, sin disimular un solo momento su incomodidad, le ordenó —Abra el capó del auto, gire la llave como si fuese a encenderlo. 

La muchacha siguió las instrucciones. Él levantó el capó, revisó, detectó el fallo y en pocos minutos el auto estaba encendido.

Lucila se sonrió feliz y aplaudió con entusiasmo cuál chiquilla.

—¡Genial! Es usted un ángel enviado del cielo —buscó su cartera, sacó unos cuantos dólares, bajó del auto y sin darle tiempo al hombre a reaccionar, se los metió en el bolsillo de la camisa.

Esa acción hizo enojar a Nico, quien apretó su boca en señal de inconformidad "¿Quién se creía ella para estar ofreciéndole dinero? Esos malditos Gorger con sus ínfulas de querer ser superiores a los demás. Además quien le había dado permiso para tocarlo y colocarle dinero en su camisa", pensó con molestia.

La miró de arriba abajo, con un rictus de desagrado, llevó su mano al lugar donde le había colocado el dinero, se lo sacó, tirándolo al suelo con violencia.

—¡No necesito su dinero! —exclamó de manera despectiva.

Se alejó de allí sin mirar atrás dejando a Lucila contrariada sin saber cómo reaccionar, sin embargo, ese encuentro dejó en ella una gran inquietud, la cual que buscaría dilucidar en el futuro próximo.

"La impresión de una mujer puede ser más valiosa que un análisis razonable." Arthur Conan Doyle.

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