Su corrida todavía estaba caliente y espesa dentro de mí, estaba demasiado llena para moverme, demasiado adolorida para pensar, demasiado jodidamente mojada para fingir que no amaba cada asqueroso segundo de ello.

Levanté mis caderas solo un poco, a pesar de que su nudo todavía estaba hinchado y metido dentro de mí tan profundo que dolía.

¿Y en el segundo en que me moví?

Más de su semen se filtró.

—Oh, Dios mío —gemí de nuevo, más fuerte esta vez—. Todavía está saliendo de mí, puedo sentirlo goteando por mis muslos, puedo oírlo. Estoy tan llena, papi. Me inseminaste tan bien. Puedo sentir tu polla temblando dentro de mí y no puedo dejar de contraerme.

Se estiró y me dio una palmada en el coño, causando que gritara.

El sonido que salió de mi boca ya ni siquiera era un gemido, era un puto llanto.

—¿Te gusta eso, nena? —Gruñó en mi oído, su voz era áspera, espesa y engreída—. ¿Te gusta gemir para ella? ¿Te gusta permitir que escuche en qué pequeña puta empapada y hambrienta de nudo te has