—Despierte, señorita Blanco —escuché una voz suave. El tono me envolvió como una caricia amorosa, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí segura, así que no quería despertar todavía.
Hundí mi rostro en la calidez que sentía contra la mejilla. Un aroma dulce, mantecoso y amaderado, me llegó a la nariz, por lo que emití un zumbido de aprobación ante el agradable olor. Un gruñido de desaprobación arruinó mi satisfacción justo antes de que me dejaran caer sobre mi espalda sin contemplaciones. El aterrizaje fue suave, pero aun así, desagradable.
—¿Qué demonios? —maldigo, apresurándome a sentarme y contemplar mi entorno.
Estaba en un sofá en una habitación con poca luz. Un segundo después, una luz brillante inundó repentinamente la habitación, haciéndome entrecerrar los ojos. Dirigí mi atención a la fuente de la luz, luchando contra el impulso de sisear como un vampiro salvaje. Una figura grande estaba enmarcada por la luz del sol que inundaba la habitación a través de una ventana que abarcaba toda la pared. Reconocí rápidamente a la figura como el detective engreído, el señor Córdoba. Los acontecimientos del día volvieron a mí como una marejada de ira, miedo y completa confusión.
—¿Qué me ha hecho? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —exigí, señalando la habitación y poniéndome de pie de un salto.
—No tengo tiempo para guiarla como a un bebé, así que aquí está la versión rápida —empezó mientras se desabrocha la chaqueta del traje y la colgaba en el respaldo de una gran silla de cuero—. Me llamo Damián Córdoba, soy el director de la Academia Gris y usted es una nueva estudiante aquí. Dígame, ¿qué sabe de su familia y su herencia? —preguntó.
Mis ojos se fijaron en sus manos mientras se desabrochaba los puños de la camisa y se remangaba cuidadosamente, para dejar al descubierto unos antebrazos impresionantes. Un carraspeo me sacó de mi trance.
—Oh... um —empecé a decir, avergonzada de que me hubiese descubierto mirándolo—. Lo siento, estoy un poco perdida aquí. No me siento yo misma —dije con un suspiro, luego me dejé caer en el sofá. Intentando procesar qué demonios me estaba pasando.
—Debido a sus circunstancias, voy a asumir que no sabe nada. En la Academia Gris, nuestros estudiantes tienen dones... —empezó.
—Espere, ¿dones? —lo interrumpí—. Creo que ha habido un error. No tengo ningún don, aprobé todos mis exámenes, pero no tengo nada que me haga destacar.
—Si me dejara terminar, señorita Blanco...
—Estrella —le corregí, no me gusta la forma en que usa esas dos palabras, "señorita Blanco", como si estuviese dejando claro que hablaba con algún subordinado.
—Señorita Blanco —reiteró—. Si se callara durante dos minutos y me dejara explicarle, podría irse. Nuestra Academia es para los que llamamos Grises. Los Grises son una raza de superhéroes. Aunque somos mucho más poderosos que los humanos normales, también somos pocos en número. Por esa razón, hemos creado nuestro propio reino conectado al humano. De esa manera es más seguro y todos vivimos en paz. Pero, de alguna manera, usted se ha escapado de la red y creció dentro del reino humano.
—Voy a poner en marcha una investigación completa sobre cómo pudo suceder eso, pero por ahora, usted está aquí y está a salvo. Ahora, sé que esto es mucho para asimilar y que tiene mucho sobre lo que ponerse al día, así que no la abrumaré más hoy. Haré que mi asistente le asigne una habitación en la residencia estudiantil y la empareje con uno de nuestros estudiantes más avanzados para que pueda tener estudios adicionales fuera de sus clases normales. También programaré algunos clases extra con algunos profesores. ¿Alguna pregunta? —Inquirió sin esbozar una sonrisa.
—Oh, es bueno —me reí—. ¡Me encanta este programa! Solía verlo todo el tiempo —dije entre ataques de risa.
Me levanté y empecé a explorar la habitación para encontrar las cámaras ocultas. No podía creer que estuviese en el programa de bromas. Me pregunté quién me nominó, debió ser Freya, mi mejor amiga de la universidad.
—¿Fue Freya quien le propuso hacer esto? —pregunté soltando una risita.
—¡Señorita Blanco! —gritó el actor que interpretaba al señor Córdoba, golpeando el escritorio con la mano, lo que me hizo reír más fuerte.
Me acerqué a él y examiné los botones de su camisa, uno de esos debía ser una cámara oculta. Luego empecé a frotar mis manos sobre su camisa, buscando los cables ocultos. Pero, en el siguiente instante, sus manos se enrollaron alrededor de mis muñecas, haciéndome jadear en estado de shock ya que las agarró con fuerza, deteniendo mi exploración. Lo miré y sus ojos intensos me devolvieron la mirada.
—¿Qué demonios está haciendo? —preguntó casi con un gruñido.
—¿Buscando su micrófono? —tragué saliva.
—No tengo un micrófono, esto no es una broma. Sé que es nueva aquí y ha tenido mucho que asimilar, así que lo dejaré pasar por esta vez, pero si vuelve a ponerme las manos encima, habrá un castigo. ¿Lo entiende? —inquirió en un tono bajo y aterrador.
Su respiración pesada me hizo morderme la lengua porque tenía muchas ganas de burlarme de él sobre cuál podría ser ese castigo. Como si supiera lo que estaba pensando, sus ojos destellaron en azul. Ahí fue cuando recordé que lo hicieron antes, justo antes de que me exigiera dormir, una demanda a la que fui impotente y no tuve resistirme. El pánico burbujeó dentro de mí al darme cuenta de que estaba diciendo la verdad.
—Me hizo quedarme dormida —lo acusé con la respiración agitada.
Él me hizo una señal de aprobación como respuesta.
—¿Qué más puede hacerme hacer? —pregunté. El miedo a lo vulnerable que era frente a él, me impulsó a hacer la pregunta.
—Cualquier cosa —respondió en un susurro ronco, y juraría que su cara se acercó a la mía.
Su respuesta no me asustó tanto como debería, más bien me excitó. Entonces, una puerta se abrió, rompiendo el trance en el que me tenía, él soltó mis muñecas y dio un paso atrás como si de repente, le resultara repulsiva. Me giré para ver quién era el intruso.