LA PRESENTACIÓN

CAPITULO V

LA PRESENTACION

La librería estaba abarrotada de gente, y a Jean Pierre le Monéc le costó trabajo pasar entre el público Para sentarse en la mesa de presentación, y dar comienzo a su discurso. Previo a sus palabras el agente Joan Miralles, orgulloso de su autor, le presentó como una promesa de la literatura española, en el campo de la novela de género dramático. La gente en un absoluto silencio, se arracimaba en el espacio, que aunque amplio, era francamente insuficiente para dar cabida a tantas personas.

-“Hablar de un nuevo escritor es siempre agradable, pero si este es como el caso de Jean Pierre le Monéc, un hombre dedicado a satisfacer las necesidades de los menos afortunados, es además un honor hacerlo. El libro que hoy presenta el autor recoge hechos reales, tanto de la vida de niños que fueron maltratados como de su experiencia con ellos. Naturalmente se han cambiado los nombres de los afectados, y se ha dramatizado cada historia para acrecentar el dramatismo, sin excederse en ello, a fin de no ocultar la realidad de los hechos…

Jean Pierre, con la mirada fija en las expresiones de los asistentes, pensaba en las palabras que les dirigiría después en su turno de presentación. Un murmullo se elevaba al aire cada vez que el agente, hacía alusión  a los hechos que se relataban en el libro, y alguna mujer hacía aspavientos o gritaba por lo bajo. El libro que acababa de salir al mercado, ya llevaba vendidos en dieciocho días, más de un millón de copias, y prometía arrasar en los siguientes meses. Los medios de comunicación le presentaban como un protector de los menores que dedicaba su tiempo y recursos a restaurar los sentimientos perjudicados de quienes sufrían el abuso de padres, hermanos, hermanastros, tutores, o similares, dado una oportunidad a los niños que llegaban a tener el privilegio de conocerlo.  Era el máximo valor de SIGMO, que ahora recibía numerosos donativos para realizar su magnífica obra, y se convertía de la noche a la mañana en la más famosa de las ONGS. Era el turno de Jean Pierre, y tras deshacerse en halagos hacia su agente, y hacia la ONG SIGMO, comenzó su corta disertación mostrando al mundo el resultado de su esfuerzo y dedicación. La novela” Flores de Invierno”. Poco más se podía decir de unas páginas que hablaban por sí mismas. Y llegado el turno de las preguntas, una mujer que lo había reconocido, avanzó abriéndose paso por entre el gentío que se apretaba en la sala, y le dijo mirándole a los ojos.

- ¿Cómo llegó usted señor Le Monéc a ser escritor? su libro es el resultado de una amplia experiencia ¿verdad?.

¡¡Ana!!, reconoció a su interlocutora Jean Pierre. No había cambiado nada, si, si había algo distinto…su cara llena de un brillo de felicidad que le hacía más hermosa aun de lo que siempre había sido.

-Verá señorita Ana-usó su nombre para decirle que la reconocería entre mil- es necesario sufrir el dolor de quien lo lleva como una carga en su mente y su cuerpo, para poder escribir de primera mano este libro en concreto. Yo poseo ese discutible privilegio, y se donde encajar cada espina, no sé si esto responde a su pregunta…

-Claro…-fue la escueta respuesta de Ana que sonreía satisfecha y agradecida al destino por darle la oportunidad que tanto anhelaba.

La presentación duró dos largas horas en las que Ana y Jean Pierre, se miraron cruzando sus silenciosas palabras en más de una ocasión. La gente fue abandonando la librería, y Ana quedó sentada en una de las sillas en espera de que Ramón dejase de saludar y firmar libros a diestro y siniestro. Con paciencia infinita, se resignó y cuando hubo llegado el momento, le abrazó con las lágrimas corriéndole por las mejillas.

-¡¡Al fin amigo mío!!, ¡al fin te veo de nuevo!, !me alegra tanto saber de tu éxito!, te lo mereces eres un amor. Tengo que decirte tantas cosas que no se por donde empezar. Te invito a cenar…si estas libre…

Ramón miró a su agente, y este con un gesto de su mano, le indicó que se fuera con ella que disfrutase de la velada. Ya tendrían tiempo de cenar ellos dos y festejar el éxito del libro.

-Vamos yo también tengo largas historias que contarte…hace tanto que no nos vemos…¿Cómo te va?, ¿te libraste por fin de…?

Los dos amigos se perdieron en la noche madrileña como dos adolescentes que se ven después de unas largas vacaciones. El mundo perdía importancia y ellos dos lo llenaban todo por completo. Las horas transcurrieron rápidas hablando de sus mejores tiempos, cuando todo parecía que sería maravilloso y nada lo alteraría, y llegado el alba desayunaron en una terraza, con el frío calándoles los huesos. El chocolate caliente les templó y Ana decidió que era hora de hablarle a Ramón de cosas más serias.

-Verás hay algo que debes saber, espero que no te enfades conmigo por ello. Estuve con tu madre coincidí con ella en unos grandes almacenes y me suplicó que le dijese dónde estabas. Le dije que no lo sabía que ignoraba donde vivías y poco más, pero lo que te quería contar es que…

-Bueno dime que no va a pasar nada mujer, sé que es duro para ti, y…

-No, no es por mçi, es que verás…tras tu marcha pensé que debía haber hecho algo para ayudarte, así que fui a casa de tus padres y les hablé…

-Te pusieron…de …eso para arriba supongo…

-Pues sí, pero deja que te explique y lo entenderás. Como no atendían a razones me comencé a desnudar ante ellos, así es como comprendieron que tu solamente  me estabas ayudando y tu madre se derrumbó. Lloraron los dos en verdad, y después pasó lo que te he referido antes. ¿No estás enfadado conmigo verdad? Me dolería mucho, es que no supe que hacer en aquellos delicados momentos…-se disculpó intentando que no le riñese su mejor amigo.

-No te preocupes, hiciste más de lo que se esperaba de ti ,me hubiese gustado ver su cara al comprender que echaron a su único hijo de casa de mala manera y sin dejarle hablar, sin creer en él por la palabra de una mujer despechada, que solo se divertía conspirando contra los demás.

-Por cierto que…Marisa Ordea, se estrelló aquel día con el coche y está en silla de ruedas desde entonces…

-Vaya no me alegro, desde luego…pero era una arpía de la peor calaña. Por ella pasa todo esto. Alguien me dijo en una ocasión que la vida te devuelve todo el mal que causas a los demás. En este caso se ha realizado.

En el interior de Ramón di Marinia, se removió algo que creía muerto hacía tiempo, y que le quemaba las entrañas como el ácido. Perder a unos padres no era ni con mucho lo peor, sino cómo los había perdido. No había sido merecedor de su desprecio, aquel desprecio del que hicieron gala cuando lo echaron a la calle sin nada. Recordó una vez más a Cheta Chesten, que le recogió cuando casi se muere a causa de la puñalada que le dio un mendigo para quitarle los zapatos…ella le sacó de los brazos de Hades. Su cara se ensombreció mientras le miraba a Ana, su fiel amiga Ana.

-¿Verás a tus padres?, Te pedirán perdón con total sinceridad…

-No, nunca nos volveremos a ver, me echaron y les di una segunda oportunidad antes de irme, la rechazaron así que como son adultos para saber admitir cuentos, también lo son para perder a un hijo para siempre.

Las palabras de Ramón di Marinia sonaron como una sentencia irrevocable a los oídos de Ana que esperaba algo similar de su dolor. No quiso insistir pues sabía que era inútil hacerlo. Cambio de tema y de nuevo se zambulleron en sus recuerdos más agradables. La despedida de los dos amigos resultó dura pero ahora que habían recuperado el contacto, ya no lo perderían. Ana se despidió agitando la mano en el autobús que la llevaba de vuelta a Oviedo, y sus ojos húmedos hablaron claro del cariño que aun había entre ellos. Ana se fue pensando en el daño que puede hacer una mujer cuando se siente rechazada, y el dolor que puede causar, que luego no se restaura jamás. Un drama se había desarrollado en su ciudad y el origen era aquel mal hombre que la maltrató y que la situó en el ojo del huracán, creando indirectamente un drama mayor. Nada tenía ya remedio, así que se resignó a que todo quedase como estaba, y decidió mentirle a Maria Luisa di Marinia para no ahondar más en su dolor. De nada serviría a aquella desgraciada señora de familia bien, saber que su hijo le guardaba un terrible rencor. Sabía que el destino les haría encontrarse de nuevo y esperaba que su terrible dolor estuviese cicatrizado para entonces. El traqueteo del autobús le fue adormilando y soñó con un Ramón más joven, más libre del dolor que nunca conoció cuando vivía en Oviedo, y del que conocía tan poco. Ella regresaba y se sentía satisfecha de haber dejado atrás el rencor y el odio que en un tiempo la guardó a su marido. Ahora por fin podía recomenzar su vida y sentir las caricias de un hombre en su piel, sus besos en los labios y los escalofríos que le recorrían el cuerpo cuando le veía desde lejos. El amor llamaba a su puerta otra vez y ella le estaba abriendo

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