CAPITULO XXII
EL REFUGIO DE LOS MARGINADOS
Desde la ventana de la habitación de Jean Pierre se divisaba la mayor parte de la finca que se extendía a lo lejos tanto como la vista llegaba a ver. Pensaba en si la casa perduraría en el tiempo, y si después de él alguien se detendría a conducir aquella obra de gigantescas proporciones, para llevarla de generación en generación, o si por el contrario se diluiría como un azucarillo en un café y quedaría abandonada para ser vendida posteriormente a quien la habitaría ajeno a su obra. Una música triste sonaba tras él y le embargaba como una tela viscosa que le envolviese con su textura, amarga y dulce a un tiempo. Dejó que su mente vagase por territorios inexplorados que debería escrutar si quería sobrevivir a sus temores y traumas que lo mantenían en tensión. Magdalena que había subido a hablar con él se quedó en el umbral mirando la alta figura que se recortaba como un titán que disuadía a quien deseara causar mal alguno a sus niños. Admiró