EL ALMA PERDIDA

CAPITULO XXI

EL ALMA PERDIDA

En la tierra que le vio nacer a Ramón di Marinia, Marisa Ordea se lazaba sobre su silla de ruedas, con las fuerzas que da el odio a la madre, del que según ella, era el responsable de su terrible desgracia, y anhelaba que su vanidad se restaurase, que no otra cosa, de la que no era capaz de sentir. Su carácter irascible y dominante, contaminaba el ambiente que se enrarecía al llegar ella a la sala de rehabilitación. Su gesto de desprecio por todo aquel que no estuviese en el mismo estrato social que ella, resultaba evidente. La soledad le rodeaba y eso le hacía sentir más la rabia que la mantenía viva. Maria Luisa di Marinia salía pocas veces de su chalet, y tan solo para realizar compras compulsivas, que le distraían de su dolor por un breve espacio de tiempo. Compraba sin saber si le agradaba lo que adquiría, y lloraba cada vez que llegaba a su hogar ahora vacío y sin calor. Había sobrellevado su dura existencia en manos de un marido rígido y fanático re
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