Con el acuerdo de divorcio en la mano, apenas crucé la puerta del despacho de abogados. El licenciado al otro lado me dio una mirada distraída, sin tratarme como clienta.
Él vestía un traje a la medida, zapatos relucientes; yo llevaba una falda sencilla hasta la rodilla y una blusa de punto. Tal vez por eso parecía una estudiante más.
—¿Este acuerdo de divorcio es válido? ¿Basta con que le pongan el sello oficial y luego firme mi esposo para que tenga efecto?
El abogado frunció el ceño, sorprendido de que ya estuviera casada. Después inclinó la cabeza y revisó con cuidado los papeles.
—El documento está perfecto…
Al escuchar su confirmación, solté el aire que había contenido.
«Carlos Mancilla, nuestro matrimonio termina aquí, en silencio».
De regreso a la mansión, el guardia de la entrada me ignoró como siempre, como si fuera invisible.
Claro, nunca habían recibido instrucción alguna sobre «la esposa del señor Mancilla». Quizá pensaban que yo era solo una estudiante becada por él.
En esa casa, salvo Carlos, nadie me consideraba la dueña. Y, a veces, sospechaba que ni siquiera para él era realmente su esposa.
Con esto en mente, empujé la puerta del estudio.
«¡Clac!»
Ahí estaba Olivia Salvo. Sentada en el sofá, recibiendo de Carlos una galleta con caviar. Ella abrió la boca complacida, lo probó y los dos sonrieron con complicidad.
Caviar… un sabor que Carlos siempre había detestado, y que nunca había permitido que entrara en la casa, mucho menos en su estudio.
Al casarnos, esa había sido una de sus reglas.
Pero ahora, Olivia probaba el alimento prohibido, en su santuario, y él no decía nada. Eso solo podía significar que en su corazón ella pesaba más que yo.
Ya lo sabía desde hacía un mes. Aun así, verlo con mis propios ojos me dejó otra vez con ese amargo sabor en la garganta.
Con dificultad, tragué mi decepción. Tenía que actuar con naturalidad.
—Carlos, esta es la hoja del examen médico escolar. Fírmala, por favor —dije, avanzando directo hacia el escritorio, encima del cual coloqué la notificación, escondiendo debajo el acuerdo de divorcio, procurando que el borde quedara apenas visible.
Olivia me miró con sonrisa radiante y se levantó, saludándome con entusiasmo fingido:
—Linda, ¿ya regresaste? Carlos y yo estábamos decidiendo qué cenar. ¿Te quieres unir?
Sonreía, abrazada al brazo de Carlos, como si quisiera mostrarme su triunfo.
Él bajó la vista hacia los papeles. Iba a leerlos con más cuidado, pero Olivia comentó con ligereza:
—Es solo una hoja médica, ¿qué tiene de interesante? —Luego rio y añadió—: Eres tan estricto con Linda que pareces su hermano mayor, no su esposo. ¡No! ¡Más bien pareces un papá regañón!
Carlos dejó escapar una sonrisa, bajó la pluma y firmó.
—¿En serio? Yo no soy tan severo.
Dicho aquello, soltó el bolígrafo, mientras mi corazón latía con violencia. Apreté el documento firmado y lo guardé de inmediato en mi bolso.
—Gracias… —murmuré, evitando su mirada, mientras me apresuraba a salir del estudio.
Mis dedos temblaban. El corazón me golpeaba el pecho. ¡Por fin lo había firmado! Ya podía librarme de una vez y para siempre de ese matrimonio y, sobre todo, de él.
Lo nuestro había sido un error desde el principio.
Mi padre, chofer del padre de Carlos, murió salvándole la vida en una emboscada de negocios, tras lo cual la familia me acogió. Así fue como, diez años atrás, había comenzado a vivir bajo el mismo techo que Carlos.
Él me llevaba diez años, siempre serio, implacable en los negocios, y era admirado por su inteligencia. Yo lo veía como un hermano mayor, a quien respetaba y quería en silencio, guardando aquel sentimiento en lo más profundo de mi corazón.
No había mucho contacto entre nosotros… hasta aquella fiesta familiar en la que Carlos bebió demasiado y entró en mi cuarto.
Aquella noche lo cambió todo.
Él quiso hacerse responsable de lo sucedido y nos casamos.
Yo tontamente creí que el matrimonio era el inicio de la felicidad. Sin embargo, pronto descubrí que solo era un espejismo.
Cuando Olivia regresó al país, Carlos se volvió cada vez más frío conmigo.
Ahora, por fin, pondría fin a ese matrimonio y recuperaría mi libertad.
Pensando en esto, apreté el documento contra mi pecho como si fuera la llave de un mundo nuevo.