—¡Carajo…! —murmuró Bastien, entre dientes, con el ceño fruncido. Sin saber qué hacer…

—Señor… —Hugo dio un paso al frente, su voz paciente—. Así no. La está cargando mal. Está incómoda.

Los ojos de Bastien brillaron de molestia, pero no discutió.

El mayordomo alzó las manos en un gesto pausado.

—Permítame recordarle… cuando usted era un bebé, yo lo cargaba en esta misma casa. Afloje los brazos, señor. Sostenga su cabeza, así… no tan fuerte.

El recuerdo de Hugo era sereno, como si esa escena estuviera grabada en él.

Bastien, con torpeza evidente, obedeció.

La niña se acomodó en sus brazos.

Su llanto disminuyó, hasta convertirse en un quejido suave… y luego se calmó.

El aire pesado se alivió. Bastien soltó un suspiro largo, como si hubiera contenido el aliento todo ese tiempo.

La mirada del CEO bajó al brazalete diminuto que rodeaba la muñeca de la bebé. Una pequeña placa dorada con una letra grabada: B.

Giró un poco el rostro y notó que el niño, al otro lado de la cuna, t