3. LA QUIERO A ELLA
En aquel resort, con la respiración agitada y la sangre latiéndome en los oídos, dividido entre los valores morales forjados por mi madre y un tormentoso deseo de obtener de una buena vez lo que tanto ambicionaba, parte de la educación impuesta por mi padre, apreté el pomo de la puerta de la habitación donde ella se hospedaba, con una fuerza apenas controlada.
Del otro lado estaba aquello que yo moría por poseer y tomar de una buena vez.
La quería, eso era un hecho, una verdad universal, una certeza absoluta de la que no tenía ninguna duda. Hacía un día no la conocía ni sabía nada de ella, pero ahora ansiaba a esa mujer, la quería para mí y para nadie más.
¿Pero era el momento? La idea de irrumpir y sacarla de la cama donde seguramente ya dormía me pareció salvaje y un plan poco educado de mi parte. No pretendía raptarla, quería amarla y ser correspondido, no temido y odiado por aquel ángel. Al torbellino que eran mis pensamientos, apareció el rostro de mi actual esposa, como una adver