CAPITULO 3

Conduje durante una hora sin tener un destino claro, solo me límite a recorrer las calles de la ciudad mientras él estaba en completo silencio observando a través de la ventanilla.

Cansada de dar vueltas, me detuve a un costado de la calle y luego me abracé del volante mientras observaba a la gente pasar. Fernando continuaba en silencio mirando hacia un punto fijo como si estuviera perdido en sus pensamientos, y entonces, comencé a reprocharme a mí misma por haber cometido la estupidez de involucrarme en sus asuntos.

—¿A dónde vamos? Quieres regresar a tu casa? ¿O quieres que te lleve a un hotel? —le dije entre bostezos.

—Llévame a tu casa... —murmuró sin mirarme

—¿Por qué quieres ir allí?

—No quiero regresar a casa y tampoco quiero ir a un hotel. Solo déjame pasar la noche en tu departamento.

—De acuerdo —resongué.

Sabía que no era una buena idea llevarlo conmigo, pero ya estaba cansada y no tenía ganas de seguir dando vueltas.

Encendí el vehículo una vez más y conduje hasta el complejo de departamentos donde vivo actualmente.

Apenas entramos a mí humilde morada, él dió una mirada alrededor debido a que esta era la primera vez que venía aquí.

Dejé las llaves sobre la mesa y luego comencé a desabrochar los botones de mí camisa mientras él seguía observando detenidamente cada detalle de mí departamento.

—Ponte cómodo, iré a cambiarme de ropa —le dije mientras me encaminaba hacia la habitación.

Después de ponerme una camiseta y un pantalón holgado regresé a la sala en donde lo había dejado minutos antes.

—¿Quieres beber algo? —él me miró y luego se sentó en el sofá que hay en medio de la sala.

—¿Tienes algo fuerte? —preguntó desatando el nudo de su corbata.

—Déjame ver... —me agaché frente a un pequeña mesa de roble donde guardo las bebidas y del interior extraje una botella de whisky que estaba por la mitad —Solo tengo esto —levanté la bebida.

—Está bien. Eso servirá.

Tomé dos vasos y luego me senté en el piso apoyando mí espalda sobre sus piernas mientras Fernando encendía un cigarrillo.

—¿Te sientes mejor? —le extendí el vaso.

—Más o menos... Tú me conoces bien, Rocio. Viste todo lo que tuve que soportar. Estuviste allí cuando mí padre nos abandonó a mí y a mí madre para irse con su amante. Tambíen viste como mí madre me culpó de todo y luego se marchó dejándome solo. Siempre has estado conmigo, tú fuiste la única que nunca me abandonó —apoyó su mano sobre mí mejilla —. No sé que habría hecho si no te hubiera tenido a mí lado.

Coloqué mí mano sobre la suya mientras sentía como el corazón se me exprimía dentro del pecho. Sabía cuánto había sufrido por culpa de las acciones de sus padres, pero lo que más me torturaba en este momento, era saber que yo me aproveché de aquella situación para que él se aferrara a mí, para que se sintiera tan dependiente que no pudiera vivir sin mí presencia.

En ese momento desee egoístamente ser la única persona que lo rescatara de aquel infierno, pero nunca me detuve a pensar en las consecuencias que esos actos traerían.

—Solo te necesito a ti... —me susurró al oído —. Mientras estés a mí lado lo demás no importa.

—Siempre estaré contigo, para eso son los amigos—oí como soltó un risa despectiva después de escuchar mí comentario.

—¿Amigos? A veces me haces reír.

—Será mejor que vayamos a dormir, mañana tenemos que trabajar. Te traeré una manta y una almohada —intenté levantarme del piso, pero Fernando me sujetó del brazo evitando que pudiera escapar.

—¿De verdad me consideras tu amigo después de todo lo que ha pasado entre nosotros?

—Déjate de tonterías —le reclamé.

De pronto él me tomó de las muñecas y me tumbó sobre el piso en donde se montó sobre mí.

Su mirada se notaba bastante triste y perturbada, pocas veces lo he visto así pero cuando eso ocurre es porque hay algo que lo está martirizando y no puede expresarlo con palabras.

—Fernando, termina con esto. No hagas las cosas más difíciles —intenté soltarme, pero ni siquiera pude moverme.

Sé que puede parecer medio enfermizo, pero realmente es lo que quería, que me tomará de una forma que me hiciera sentir que en verdad solo le pertenecía a él.

—Fuiste tú la que comenzó con este juego y ahora no puedes pedirme que simplemente me detenga —lamió mí mejilla —. Está noche te necesito a mí lado. Quiero que me demuestres cuánto te preocupas por mí, al igual que lo hacías en los viejos tiempos.

—Detente, no quiero continuar —La realidad era otra, fue un momento en que mí cuerpo empezó a temblar y cada vez me hacía sentir un punto de exitacion que jamás había sentido.

Él ya no es aquel muchacho debilucho al que podía someter con facilidad, ahora se ha vuelto más fuerte y más alto que yo, incluso se ha vuelto más descarado e impertinente.

—¿Recuerdas cuando nos besamos por primera vez? —negué con molestia —. Dijiste que eso me haría sentir mejor.

—¿Qué querías que hiciera? Estabas llorando como un niño pequeño detrás de la cancha de baloncesto. Fue lo único que se me ocurrió en ese momento para que te calmaras.

—¿Estás segura que fue por eso? Yo creo que solo fue una tonta excusa para lograr lo que querías.¿Crees que no sabía que tú estabas interesada en mí de otra manera? Puedo haber parecido tímido e inocente, pero no era idiota.

Me quedé mirándolo en silencio sin saber que decir. Nunca imaginé que se daría cuenta que yo realmente sentía una atracción física hacia él y que me aproveché de su amistad para satisfacer mis deseos.

—Lo siento. En ese tiempo yo era una adolescente inmadura que no pensó en las consecuencias... —le dije mientras Fernando me sonreía de lado.

—No crees que ya es demasiado tarde para arrepentirse. Ahora debés hacerte cargo de lo que hiciste, mí querida Lisa.

—No me llames así, ya no somos los mismos de antes —le dije apretando mis dientes.

Forcejeé hasta librar una de mis manos pero antes de que pudiera hacer algo, Fernando me tomó tan fuerte como nunca lo hizo mientras que con su otra mano bajaba mí pantalón.

—No lo hagas. Si no nos detenemos ahora, jamás podremos hacerlo —murmuré con la voz entrecortada.

—Quién dijo que yo quería detenerme —me susurró al oído —. Tu y yo, ya estamos condenados, nada va a cambiar lo que hicimos —una sonrisa perversa se dibujo en sus labios —. Además, tu cuerpo dice todo lo contrario.

Él tenía razón, nada de lo que hiciéramos enmendaría nuestros errores del pasado, ni expiaría nuestros pecados.

Ambos éramos culpables y estábamos condenados a terminar de la peor manera.

—Está bien, haz lo que quieras. Después de todo esto es solo mí culpa...

—Al fin lo reconoces.

Él deslizó su mano dentro de mí pantalón y comenzó a tocar mis partes íntimas mientras yo me mordía los labios para que los gemidos no traspasaran las delgadas paredes de aquel departamento.

Esa noche de invierno, sobre la alfombra desgastada que está en medio de la sala; con el intermitente goteo del grifo de la cocina y el sabor a whisky y cigarrillo en nuestros labios, él y yo nos amamos por primera vez después de tantos años; porque a pesar de que intentemos llevar una vida normal, nuestros errores no se pueden borrar y justamente son ellos los que nos hacen tan vulnerables a este amor.

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