A las diez y cuarto de la mañana del sábado, el avión de Edward sobrevolaba la Europa continental y llevaba ya una hora y cuarto de viaje.
Edward levantó la vista del ordenador portátil y miró a Rossi, que estaba saliendo del dormitorio que había al fondo del aparato.
Iba en calcetines, con un jersey gris claro y unos leggings negros. Era probable que se hubiese vestido así para estar cómoda, más que para estar guapa o sexy, pero a Edward le gustaba igual.
–¿Se ha dormido?
–Sí.
Rossi se dejó caer en el sillón de piel que había enfrente de él y esbozó una sonrisa cansada.
–No suele dormir siesta, pero anoche estaba emocionado por el viaje que le costó dormirse.
Edward estudió su rostro. A juzgar por las ojeras, ella tampoco había descansado demasiado. Se sintió culpable, todo había sido muy rápido y él la comprendía, pero Rossi tenía que entender su situación.
Tendrían tiempo de hablar y de llegar a un acuerdo sobre la custodia de Santi. Además, Rossi tendría como mínimo una sem