—¿Qué sucede? —Santiago se preocupó de inmediato.
—Me duele el estómago. —Diego entró con paso firme—. Abuelo, Ire, sigan comiendo, yo descansaré un momento.
Ver a Irene en casa fue una grata sorpresa para Diego, pero no se atrevía a decir mucho, temiendo que ella se molestara y se fuera.
Sin embargo, al notar que él no se encontraba bien, ambos perdieron el ánimo para seguir comiendo.
—¿Te has tomado algo para el dolor? ¿Qué te pasó? ¿Volviste a beber? —dijo Santiago.
—No. —Diego miró a Irene y sacudió la cabeza.
—Debería haber medicina en casa, en el botiquín de la habitación. —sugirió Irene.
—Ire, ¿podrías ir a buscarlo? —preguntó Santiago.
Irene tuvo ganas de decir que el botiquín estaba en el piso de arriba y que simplemente podía traerlo, pero al ver la mirada esperanzada de Santiago, no pudo pronunciar esas palabras.
La siguió a Diego mientras subían las escaleras. Aunque tenía algunas reservas, al llegar arriba, Diego sacó el botiquín. Ella buscó la medicina y Diego la tomó.
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