Le conté al Rey de los dragones y a Gale todo lo que sabía sobre cómo la gema llegó a fusionarse con mi interior. Para hacerlo, tuve que hablar sobre la muerte de mi hermana Alena… y cada palabra me rasgaba el alma.
El Rey escuchaba en completo silencio, sus ojos fijos en los míos, como si pudiera ver más allá de lo que estaba diciendo. Al terminar, cruzó los brazos con un gesto meditativo.
—Vaya… qué historia tan interesante —murmuró con tono grave.
—¿Por qué lo dice? —pregunté, insegura de lo que podía venir a continuación.
—Déjame contarte algo, —dijo, mientras se acomodaba en el asiento de piedra tallada frente a nosotros— Tal vez no tenga la sabiduría del antiguo Rey Druida, pero aprendí mucho de él. De hecho, mi llegada a Deimos tiene cierta similitud con la tuya.
Gale se tensó ligeramente, atento a cada palabra.
—Vine aquí en busca de un poder capaz de salvar a mi esposa. Ella sufría de una enfermedad extraña, incurable incluso para los más avanzados sanadores de mi universo. Su