Como si la mañana estuviera cargada de sorpresas, después de haber tomado el desayuno juntos, Maximilian tomó la mano de Amelia. Ella se sintió confundida y le preguntó:
—¿A dónde nos vemos exactamente?
El hombre se detuvo, dirigió su mirada a ella. Luego la soltó, ella pronto dejó de sentir el ardor de su tacto sobre su piel. Aunque aún tenía el corazón latiendo a mil por hora.
—El auto que ves aquí ahora te pertenece a ti. Puedes usarlo para lo que desees. Aquí tienes las llaves.
Extendió las llaves hacia ella, y Amelia se quedó sorprendida, sin saber qué decir. Miró el lujoso auto y luego volvió a ver a su exesposo, sin poder encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, le dio las gracias, prometiendo que le devolvería cada centavo que había gastado en ese auto.
—No puedo solo recibirlo. Te lo pagaré.
—No te estoy pidiendo que me devuelvas nada —respondió él con seriedad, mientras sus miradas se encontraban. Amelia sintió que el ardor la invadía, y no pudo sostener su mirada por