En la mañana, cuando Amelia abrió los ojos, lo primero que hizo fue sonreír. La luz suave del sol se filtraba a través de las cortinas; sin embargo, lo que realmente iluminó su día fueron los besos suaves y juguetones que Lily repartía por toda su cara.
—¡Mamá! ¡Tienes que despertar para tomar juntos el desayuno! —exclamó Liam, quien, viendo a su hermana en acción, decidió unirse a la diversión. Con una risa contagiosa, comenzó a hacerle cosquillas a su madre, provocando que Amelia no pudiera contenerse y soltase una risa tras otra.
—¡Paren ya, pequeños, por favor! —pidió entre risas, mientras trataba de liberarse de los dedos inquietos de Liam. El sonido de su risa resonaba en la habitación, llenándola de una calidez que hacía tiempo no experimentaba. Lily, con su cabello enredado y sus mejillas sonrojadas por la emoción, se lanzó hacia el lado de su madre, envolviéndola con sus pequeños brazos.
—Pero mamá, ¡es el día más importante! ¡El desayuno es la mejor parte del día! —proclamó