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Cuando Maximilian apareció, Amelia todavía ocupaba un lugar en la mesa. Él, al verla, no quiso sentarse y pensó en retirarse, pero ella lo detuvo sin pensarlo. Schneider se quedó mirándola, aferrando su muñeca.

—Quiero hablar contigo.

Él le dedicó una mirada que no tenía ni un ápice de cariño.

—¿Qué te hace creer que debo obedecerte? Además, voy retrasado para la oficina —agregó, soltándose de ella y apresurando el paso.

Amelia, tras haber sido ignorada por su exmarido, se sintió enfadada. No sabía lo que él estaba pensando y moría por poder leer su mente. Le daba miedo que, en secreto, Maximilian estuviera buscando una forma de castigarla por su mentira. Lo peor que podía pasarle era que le arrebatara a los niños, y si eso ocurría, sería su perdición.

Maximilian, apenas llegando a su oficina, trató de sumergirse en sus pendientes, pero los pensamientos sobre Amelia lo distraían constantemente. Finalmente, apartó la vista de la computadora y la dirigió a la entrada, donde su amigo Jos
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