Cuando la madrugada ya estaba avanzada, el hombre sintió que los malos sueños se apoderaban de su cabeza como una serpiente venenosa, quitándole el oxígeno mientras la enredadera se volvía feroz. No comprendía el motivo por el cual esa maldita pesadilla seguía repitiéndose una y otra vez en su mente, dejándolo aturdido y lleno de un temor implacable.
Se quedó sobre la cama un rato largo, mirando a su alrededor como si esperara encontrar alguna respuesta que lo condujera a la calma.
El fuego devorando, un niño pidiendo a gritos auxilio, y el humo nublando su sentido, terminando con todo pintado de oscuridad. Aquellas pesadillas eran recurrentes; había tenido ese mismo mal sueño de niño, durante su adolescencia, y ahora, después de tantos años, cuando creyó que ya no sucedería, le volvía a pasar. Maximilian ni siquiera había tenido el valor de contárselo a nadie. Nunca se animó a decírselo a su padre y menos a Ana. ¿Por qué demonios tenía ese tipo de sueños?
Sacudió la cabeza con rapid