La noche de la fiesta de compromiso había llegado. El lujoso salón del hotel resplandecía con la elegancia de los invitados y la música de la orquesta flotaba en el aire. Alessandro, impecablemente vestido con un traje negro a medida, recibía a los invitados con una sonrisa ensayada mientras su prometida, ataviada en un vestido de seda, saludaba a los recién llegados con entusiasmo.
A pesar de los brillantes adornos y el bullicio de la celebración, la mente de Alessandro se encontraba en otra parte. Sus ojos recorrían incesantemente la multitud, buscando un rostro familiar que le robaba el aliento cada vez que lo recordaba.
De repente, las puertas se abrieron y el tiempo pareció detenerse. Ahí estaba ella, Sofía, más hermosa que nunca. Su vestido azul cobalto realzaba la suavidad de su piel y el brillo de sus ojos castaños. Alessandro sintió que el corazón le daba un vuelco al cruzar sus miradas a través de la multitud.
Su prometida, ajena a la tensión que se había apoderado de él, se