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Luego de la cena, Joseph y Giselle decidieron que la noche aún no terminaba. Salieron del restaurante y, antes de regresar a casa, optaron por dar un paseo. La noche no era demasiado avanzada, aunque tampoco era demasiado temprano, pero ambos estuvieron de acuerdo en caminar un poco y extender el agradable momento.

Mientras caminaban por las calles tranquilas, iluminadas por las farolas, Joseph le hablaba sobre su trabajo, sobre cómo era ser el dueño de un hotel.

—A veces resulta ser demasiado pesado, Giselle —dijo, con una ligera inclinación de cabeza—. Hay días en los que siento que las horas no alcanzan y que la responsabilidad es abrumadora. Pero, al final del día, realmente disfruto de mi trabajo. Me gusta el desafío, la gente que conozco, la idea de crear un espacio donde la gente se sienta cómoda y feliz. Es gratificante, ¿sabes?

Giselle lo escuchaba con atención, y sus ojos se abrieron con sorpresa.

—¿Realmente eres el dueño de u
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