Todavía sorprendido por la cruda verdad que Maximilian le había revelado, Joseph miró seriamente a su amigo. La oficina se había vuelto un espacio denso, cargado de verdades dolorosas.
—A todo esto —preguntó Joseph, su voz un eco de la seriedad que sentía—, quiero saber si estás molesto con Amelia o si todo anda bien con ustedes. Es importante, amigo.
Maximilian suspiró, el sonido escapándose como el aire de un neumático desinflado. La sinceridad era la única respuesta posible.
—Si te soy sincero, Joseph, no sé ni siquiera lo que siento por ella en este momento —confesó Maximilian, su mirada perdida en algún punto más allá de la ventana—. Realmente me importa, y no quiero que sufra, ni un ápice de dolor. Pero al mismo tiempo, odio que me haya ocultado algo tan importante como eso. De no ser por lo que pasó con su madre, estoy convencido de que continuaría siendo un secreto. ¿Y quién sabe si me habría enterado alguna vez de la verdad?
Joseph l