Leonard se revolvió en la cama, el sueño eludiéndolo como un fantasma. La preocupación por Camila se había anidado en su pecho, impidiéndole conciliar el sueño. Levantó el teléfono, marcando el número de Camila esperanzado. La llamada sonó una y otra vez, hasta que la operadora anunció que no había respuesta.
—¿Dónde demonios estás, Camila?— murmuró, la voz ronca por la ansiedad. Se sentó en la cama, la oscuridad de la habitación envolviéndolo.
—No me digas que se trata de Marcus—. Suspiró, la idea de que Marcus estuviera involucrado le revolvía el estómago. Volvió a intentar, esperando que esta vez Camila contestara, que su voz disipara la creciente inquietud.
Pero el silencio del otro lado de la línea fue la única respuesta. Finalmente, se levantó de la cama, arrastrando los pies por el pasillo hasta la cocina. Se sirvió un vaso de agua fría, el líquido helado bajándole por la garganta, intentando calmar el ardor de su preocupación.
De pie en la penumbra de la cocina, la imagen de