Sentado en la banqueta de cuero gastado, con la corbata aflojada y las mangas de la camisa arremangadas, contemplaba la bebida. El hielo chocaba suavemente contra el cristal, un sonido rítmico y solitario que hacía eco en el vacío de su pecho. Era su tercer trago.
Su amigo lo miró, pero Maximilian tenía la mirada perdida en el barman que secaba minuciosamente una de las copas, sus movimientos lentos y deliberados. Sus ojos, agudos y sin juzgar, no se habían apartado de Maximilian por mucho tiempo.
—Vas a perforar el fondo de ese vaso si sigues mirándolo con esa intensidad —se burló Joseph, su voz grave rompiendo el silencio entre ellos.
El barman colocó el vaso recién pulido en su estante.
Maximilian levantó la vista, una sonrisa cansada y sin alegría curvando sus labios. Hizo una seña con dos dedos.
—Sírveme otro, por favor. Cargado.
Joseph suspiró, un sonido gutural, mezcla de resignación y preocupación. Se apoyó en la barra de caoba pulida.
—¿Otra vez estás pensativo, amigo? O d