Regina iba saliendo de la mansión, luego de su pequeña discusión con Nicolás, cuando se percató de que había un alboroto en la entrada.
La escena la dejó bastante asombrada, ya que se trataba de los empleados, quienes estaban discutiendo con una persona que bien conocía, que se suponía que hasta hacía poco tiempo era bien recibida en esa casa. Pero aparentemente ya no. Y de alguna manera, le alegraba.
—Tiene prohibido el acceso, señorita —informaba uno de los empleados a una Alicia enfurecida.
La mujer, luciendo una melena cobriza que relucía bajo el sol de la mañana, la miró por encima del hombro de una de las empleadas. Rápidamente, sus ojos se conectaron con los suyos, destilando una molestia que rebasaba cualquier otra cosa. Era una furia desmedida que parecía no ser capaz de contener.
—¿Tú qué haces aquí? —exigió con su voz cargada de veneno, en medio de un gruñido apenas audible.
Pero ella la ignoró. No le debía explicaciones a una aparecida.
Así que le pasó por el lado con una