El hombre aulló de dolor, pero rápidamente se puso en pie con las extremidades temblando, tomó la moto que seguía encendida y huyó como un cobarde.
Nicolás se debatió entre la idea de seguirlo o acercarse a la mujer que parecía inmersa en un ataque de pánico. Se dejó llevar por lo segundo y bajo del auto.
—Nicolás… —murmuró ella, sorprendida, mirándolo con los ojos muy abiertos y con una mano en el pecho, como si le costara demasiado procesar la conmoción. Y no era para menos.
—¿Estás bien? —indagó, acercándose y tomando su rostro entre sus manos.
El cuerpo de Regina temblaba como una hoja al viento, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas que no podía detener.
—¿Por qué… por qué lo atropellaste? —Quiso saber, angustiada.
—Ese hombre iba a matarte.
—¿Qué?
—Lo que escuchaste —explicó con calma, aunque por dentro sentía el miedo de lo que pudo haber pasado—. Vi claramente sus intenciones. Y no es la primera vez que te sigue.
—Pero tú…
—Lo siento, pero te he estado siguiendo también —