Regina se metió en el primer baño que encontró disponible, cerró la puerta de golpe y se apoyó contra la misma, deslizando su cuerpo hasta caer sentada en el suelo.
—¡Estúpida! ¡Estúpida! —se reprendió a sí misma, con las lágrimas brotando de sus ojos, aunque intentaba contenerlas, pero era inútil.
Los puños de sus manos apretaron contra sus muslos y la frustración que sentía por su estúpido actuar le envenenó el alma, al parecer no había aprendido nada.
—¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste ser tan ciega, tan débil? —siguió diciéndose sin compasión.
El recuerdo del beso, de su propia entrega pasional, la avergonzaba demasiado.
¿Cómo podía haberse dejado llevar por un hombre que intentó matarla, que la dejó en un coma, que la traicionó y le robó su dinero?
¡Mil veces, tonta!
Después de todo lo que le había hecho, aun así, en sus brazos, se había sentido como aquella chiquilla enamorada, como la misma idiota que una vez fue.
Era una contradicción, una traición a sí misma. Así que, por lo v