Capítulo 003

—¡Largo de aquí! ¡Vete! 

Los gritos y las sacudidas estremecieron el cuerpo de Regina. Un cuerpo que seguía estando muy débil debido a que no habían pasado ni cuarenta y ocho horas desde que había despertado de un coma de más de cinco años. Pero aquí estaba ella, con el deseo de levantarse y agarrar a su exmarido a puñetazos. 

¿Cómo se atrevía a decirle que se había casado con ella solo por su dinero? 

¡Maldito! 

¡Mil veces maldito! 

—¡Lo pagarás, te lo juro! —se estremeció nuevamente y de repente el sonido de sus gritos no era lo único que llenaba el silencio de aquella habitación de hospital, sino que ahora, adicionalmente, un pitido sordo provenía de una de las máquinas.

—Regina, ¡cálmate!

Intentó decirle Nicolás, puesto que la mujer no escuchaba razones. Estaba demasiado inmersa en su ira, en su rencor, que no se percató de que estaba causándose daño a sí misma.

—¿Qué está sucediendo aquí?

El médico entró oportunamente y entonces miró la escena con horror. La paciente se sacudía en la cama presa de un ataque de ira, quitándose el catéter con fuerza, mientras la sangre brotaba en las sábanas.

—Regina, detente. 

Se acercó justo a tiempo para impedir que se levantara y que, muy probablemente, fuera a dar al suelo. Su paciente no estaba lista aún para volver a caminar, pero era más que evidente que tenía muy buenos motivos para intentar hacerlo y esos motivos, se atrevería a jurar, que se trataban del hombre que se encontraba de pie en medio de la habitación, el mismo hombre que durante el primer año de su hospitalización no había hecho otra cosa que mirarla despectivamente. 

Y si, en condiciones normales, un médico no debería meterse en asuntos personales, pero había ciertas injusticias en la vida que no se podían pasar por alto. Y este era uno de esos casos.

—Márchese —le dijo directamente, sorprendiéndose con lo fría y firme que había surgido su voz. 

Nicolás Davies lo miró a la cara, y ambos se sostuvieron la mirada en ese breve instante en el que la tensión parecía ser la única existente en esa habitación. 

Y entonces, cuando Ismael pensó que tendría que sacarlo a patadas, el exesposo de su paciente dio media vuelta y se marchó. 

—Ya está todo bien. Se ha ido —susurró a Regina tratando de tranquilizarla, al tiempo en que activaba todos los protocolos correspondientes y se aseguraba de su recuperación.

La presión arterial de Regina fue restableciéndose lentamente luego de haber sido suministrado el medicamento adecuado. 

Cuando el peligro finalmente pasó, Ismael se sentó al lado de la cama de la mujer que había atendido durante todos esos años, al lado de la misma mujer que no conocía de nada, lo único que sabía de ella era lo que le dictaba su historial médico. Sin embargo, no era ciego, sabía que sus familiares más cercanos le habían causado mucho daño y, por eso, justo ahora, aunque era un completo extraño, quería brindarle un poco de consuelo. 

—Puedo ayudarte para que recuperes todo lo que te han quitado —le dijo a su paciente, aunque la misma parecía muy perdida en un lugar recóndito de su mente, pero él sabía que lo estaba escuchando o esperaba que lo estuviera haciendo—. Quizás podamos hacer que se empiece una investigación policiaca. Y si se descubre que el accidente fue provocado o que hubo un mal manejo de tu dinero, mientras estabas en una condición vulnerable, quizás…

Ismael no tenía idea de lo que estaba diciendo, simplemente eran palabras al azar, palabras que salían desde el fondo de su alma en forma de corazonada. Algo le decía que había gato encerrado, únicamente tenían que descubrir en qué. 

Y sí, cualquiera le diría que ese no era su asunto, pero se sentía inexplicablemente comprometido con su paciente. 

—No todo está perdido —concluyó su discurso, atreviéndose a sostenerle la mano en un ligero apretón que buscaba reconfortarla—. Regina, —la llamó una vez más, aunque ya estaba perdiendo la esperanza de que reaccionara—, mírame. ¿Me estás escuchando? Puede que en este momento todo parezca perdido, pero…

—Lo pagarán.

De repente, la voz de la mujer se alzó con vigor, su tono era firme y decidido, y lo hizo estremecer en el acto. 

Ismael tragó saliva, al tiempo en que Regina se giraba y lo miraba directamente a la cara. Sus ojos de un azul intenso, en ese instante relampagueaban, eran como una tormenta que estaba a punto de desatarse y, por un breve instante, sintió lástima de todos aquellos a los que iba dirigida su ira.

Aunque no, sonrió para sus adentros; sin duda, todos aquellos a los que Regina haría pagar se lo merecían. 

Y él esperaba también poder presenciar el final de cada uno de ellos…

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