Enzo llegó el sábado por la noche, cené a solas y cuando estaba tirada en el sofá viendo una película, me deslumbraron las luces de un coche entrando en la propiedad. Pasó la rotonda y cuando vi a Enzo bajar através de las grandes ventanas tintadas, me sentí de lo más inquieta. Habían sido unas vacaciones medianamente sola bastante raras. No podía esperar a ir el lunes al médico porque seguía sin bajarme la regla y no podía estar tranquila.
El coche volvió a arrancar y el sonido del motor me despertó de mi comedura de cabeza. No podía hacer nada hasta el lunes y Enzo estaba allí, ¿debía decírselo?
Escuché la puerta abrirse y nada más. No apareció y no dijo nada, y algo preocupada caminé descalza a la entrada y luego escaleras arriba. Tal vez pensó que ya estaba en la cama; pero me estaba buscando porque cuando llegué a la segunda planta, lo encontré en los escalones de la esclaera que subía a la tercerca.
—¿Enzo? —dudé.
Me miró agarrándose al pasamanos y fruncí el ceño.
—Te esta