Andrews llegó a casa en medio de la furia, y apenas podía controlar los pensamientos que giraban en su cabeza. Durante los últimos tres días, se había alejado de todo y de todos, inmerso en su obsesión por Janete mientras intentaba encontrarla por su cuenta; incluso con tantos hombres registrando la ciudad, ella parecía haberse esfumado.
Se encontró con su asistente en cuanto entró en casa; la tensión en el aire era casi insoportable. El asistente lo miró con un semblante aprensivo, sabiendo que algo estaba por estallar.
—Ella no está en casa. En realidad, ya lo tenía todo planeado, ella y sus padres —dijo el asistente con un tono vacilante—. Janete huyó. Se llevó el dinero y... —Hizo una pausa, como eligiendo con cuidado las palabras—. Los hombres que usted envió no la encontraron.
Andrews no respondió de inmediato. Sus ojos estaban fijos en el suelo, como si intentara controlar la ola de ira que amenazaba con explotar.
—¿Huyó? ¿Huyó solo con ese dinero? —dijo con ironía, respirando con dificultad. Cerró los puños, el rostro contraído de indignación—. ¿Cómo tuvo el descaro de engañarme así? Aun así... unos millones para esa familia son como centavos. Aparecerá en algún momento, pero no tengo paciencia para esperar.
El asistente se acercó con cautela, sabiendo que Andrews no estaba en su mejor momento, pero consciente de que debía hablar.
—Fue astuta —dudó, haciendo una pausa—. Desaparecieron, nadie sabe adónde fueron.
Andrews esbozó una sonrisa amarga.
"No saldrá impune de esto", pensó, contradiciéndose a sí mismo. Era como si todo aquello lo cegara cada vez más; aunque su expresión aparentara imparcialidad, por dentro estaba en ebullición.
—Nunca pensé que Janete podría afectarme de una manera tan perturbadora otra vez. Me hace odiar todo lo que tenga que ver con ella.
—Debería descansar ahora. Ha pasado tres días sin dormir, apenas ha comido.
Andrews se giró bruscamente, fijando la mirada en el asistente.
—Envíe a mis hombres a buscar información sobre Aurora. Quiero saber de dónde vino, ya que nunca había oído hablar de esa mujer. Necesito respuestas —dijo con una frialdad que congeló el aire a su alrededor.
—Sí, señor... —confirmó el asistente, observándolo subir las escaleras.
—Voy a hablar con ella ahora. Sabe dónde están sus padres. Si no lo sabe, haré que lo sepa —dijo Andrews, con una voz cargada de amenaza.
El asistente lo miró con preocupación, pero no se atrevió a contradecirlo; sabía que Andrews estaba completamente sumergido en un mundo creado por su propia obsesión hacia su antigua pareja.
Andrews subió las escaleras hacia la habitación de Aurora. Aunque sabía que estaba yendo demasiado lejos, no le importaba, ni siquiera el hecho de que ella estuviera enferma.
Cuando llegó a la puerta del cuarto de Aurora, no tuvo ceremonia alguna: empujó la puerta con fuerza y entró sin previo aviso. Ella, que estaba recostada en la cama, se incorporó rápidamente, sobresaltada por la entrada abrupta de Andrews. Intentó apartarse, pero él avanzó con rapidez, tomándola del brazo y arrancándola de la cama con violencia.
—¿Dónde están tus padres? —exigió, con una voz llena de autoridad y furia.
Aurora, todavía algo desorientada, retrocedió tambaleante intentando soltarse, sintiendo un dolor agudo en la muñeca, como si estuviera a punto de quebrarse.
—¡No sé dónde están! —gritó, mientras las lágrimas brotaban.
En respuesta, él apretó aún más su muñeca, haciéndola gemir de dolor y suplicar, mirándolo con miedo.
—¡No me mientas, Aurora! Sabes dónde están —gritó Andrews.
—Te estoy diciendo la verdad... vas a romperme la muñeca... —sollozó ella, cerrando los ojos con fuerza.
Él soltó su muñeca, pero cuando intentó alejarse, la sujetó del antebrazo, dejando claro que no había terminado.
—¡No sé dónde están! ¡Lo juro! —dijo ella con dificultad, pero su voz temblaba de miedo y pánico.
Andrews la observó por un momento, estudiando su expresión. Por un segundo, dudó, como si aquello le incomodara.
—¡Andrews! ¿Desde cuándo intimidas así a personas más débiles? Será mejor que pares ahora —ordenó la ama de llaves.
Él soltó a Aurora, que cayó sentada sobre la cama.
—¿Personas más débiles? Las mujeres interesadas no son débiles, son una plaga —dijo, mirándola fijamente—. No acepté este acuerdo para jugar a marido y mujer. Espero que tengas claro cuál es tu situación desde que entraste en esta casa. Te aliaron con ellos para burlarte de mí, pensando que no podría hacer nada, pero voy a convertir tu vida en un infierno y voy a tocar todo lo que amas —aseguró.
Aurora se puso de pie, temblando.
—¡No! ¡Por favor! Yo no estoy aquí por elección...
—¡Demasiado tarde! —sentenció, saliendo del cuarto y cerrando la puerta de un portazo.
—Tranquila, mantendré mi atención en él para que no haga nada de lo que pueda arrepentirse —dijo la ama de llaves.
La noche transcurrió tranquila, pero Aurora no podía dormir, aún con la mente perturbada cada vez que recordaba a Andrews irrumpiendo en su habitación de aquella forma agresiva. Con cada segundo que pasaba, empezaba a verlo como un hombre capaz incluso de matarla.
El sol caliente ya calentaba la cama de Aurora al colarse por la gran ventana. El ama de llaves había abierto las ventanas temprano, antes de que ella despertara, y se había marchado, aunque pronto regresaría después de que Andrews la llamara a su despacho.