—¿Aceptas, Roma?
Las palabras de Giancarlo se clavaron como dagas en su mente.
Roma sintió el peso del momento; un temblor recorrió sus labios mientras su corazón palpitaba con fuerza. Por un instante, el rostro de Benjamín se dibujó en su mente, su sonrisa tímida y sus ojos llenos de preguntas inocentes. Pensó en todas las veces que había prometido protegerlo, en su juramento de no llorar por un hombre, ahora su hijo no estaba vivo, no tenía nada por ganar o perder.
Con un suspiro profundo, cerró los ojos.
—Acepto.
La respuesta salió más débil de lo que esperaba, pero cada palabra llevaba una mezcla de determinación y resignación.
Giancarlo arqueó una ceja, claramente sorprendido.
Había esperado resistencia, un juego de evasivas, tal vez lágrimas.
Pero aquella aceptación inmediata lo tomó desprevenido, tanto que por un instante sintió nervios. Aun así, esbozó una sonrisa, ocultando sus emociones bajo su habitual máscara de control.
—Maravilloso. Entonces… mañana te veré. ¿Conoces el p