Roma sonrió al ver a Giancarlo entrar en la habitación.
Su sola presencia llenaba el aire de una calidez que contrastaba con los nervios que sentía en el pecho.
—¿Estás lista, cariño? —preguntó él con suavidad, observándola con ternura.
Ella asintió con una pequeña sonrisa.
—Bueno —dijo Giancarlo, mirando la hora en su reloj de pulsera—. Debo ir al hotel a cambiarme y esperar por verte en el altar. Pero, por favor, no llegues tarde… te amo.
Se acercó y besó su frente con reverencia, luego sus labios con una delicadeza que hizo que Roma sintiera un estremecimiento recorrerle la espalda.
Su toque era firme y protector, como si quisiera grabar su amor en su piel.
Al verlo salir, Roma dejó escapar un suspiro profundo.
Sintió un pequeño nudo en el estómago.
Estaba a punto de convertirse en la esposa de Giancarlo Savelli.
«Una esposa por venganza…» pensó, recordando los oscuros motivos que la llevaron a este camino.
Pero ahora, todo era diferente.
«No… ya no será por venganza. Eso terminó… l