Me pregunto qué clase de maldición llevo encima. Todo terminó en un caos absoluto después de que Renzo despertara de repente. Las miradas que me lanzaron fueron entre horror y repulsión, casi vomitan al ver el contenido del recipiente que yo misma sostenía, lo que él había expulsado momentos antes. Nadie entendía lo que estaba pasando, y para ser sincera, yo tampoco. Estaba en estado de shock, incapaz de articular una explicación coherente.
¿Lo peor de todo? Me sacaron de la sala casi a rastras y ahora estoy aquí, sentada frente al escritorio del doctor a cargo de Renzo. Se seca las gotas de sudor que le resbalan por la frente, claramente aún afectado por lo que presenció.
—Bien, señora Zara —dice al fin, con un tono mucho más severo y receloso que antes—. Necesito que me dé una explicación. Clara, precisa y creíble. Los familiares del señor Renzo están esperando.
Al menos hay algo a mi favor: el doctor no les ha contado nada todavía. Ellos siguen alterados por el alboroto, segurament