El abuelo se ve saludable. Está sentado en la camilla esperándome. Ya no está pálido ni conectado a esa maraña de cables que tenía antes. ¿Cómo es posible que una simple bebida lo haya estabilizado tan rápido? Definitivamente, esto era brujería.
—Pasa, Zara —me dice al verme parada en la puerta sin atreverme a entrar—. Siéntate a mi lado.
Sonrío y me acerco, obedeciendo su petición. Cuando ya estoy junto a él, se instala entre nosotros un silencio incómodo, y no sé por dónde empezar. Pero entonces él coloca su mano sobre la mía.
—Te vi —susurra—. Estabas aquí cuando reaccioné. ¿Qué ha pasado? Necesito saberlo todo.
—Abuelo, aunque suene a locura, ¿me vas a creer? —lo miro, pero él mantiene la vista perdida—. Te hablaré con la verdad, pero necesito que me creas.
—Lo haré —asiente—. Te escucho.
Suelto un suspiro y aparto la mirada, fijándola en el suelo.
—Te hicieron brujería —le confieso—. Los doctores no pudieron encontrar nada, ya casi te daban por perdido. Pero yo... yo sabía lo que