#60:
Sentado a la pequeña mesa de la cocina, Sandro se rebulló en la silla. Trataba de estirar los doloridos músculos de su espalda tras pasar la noche durmiendo en el sofá.

A medianoche, ya había decidido que aquel maldito mueble debería ser considerado un instrumento de tortura. Los pies se le habían quedado dormidos y, además, el sofá cedía en el centro. Por ello, tenía la espalda como un acordeón.

Sin embargo, por muy incómodo que hubiera estado, no se le había pasado por la cabeza marcharse en ningún momento. Primero, tenía que conseguir que ella lo escuchara. Si para conseguirlo tenía que dormir en aquel maldito sofá una semana, así sería. Después de que se hubiera explicado, si Catalina seguía queriendo que se marchara, encontraría fuerzas para hacerlo y, por mucho

que le doliera, la dejaría marchar.

Una carcajada irónica brotó de su pecho.

Ni muerto la iba a dejar allí. Siempre habían métodos más enérgicos que aplicar en esos casos. Y no sería la primera vez en su familia que a
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