Cuando Serena despertó por la mañana, todavía le dolía un poco la cabeza.
Pensó que no debería haber bebido tanto la noche anterior. Sabía que no tenía buena tolerancia al alcohol y que cada vez que bebía, siempre se despertaba con dolor de cabeza.
Un suave aroma amaderado flotaba en el aire, y Serena lo reconoció enseguida como un olor familiar. Abrió los ojos lentamente.
Esteban llevaba un pijama de seda negra. Tenía dos botones desabrochados, dejando ver parte de su pecho marcado y una clavícula elegante.
Por un momento, Serena se quedó atontada, pensando que no estaría mal poder tocarlo.
Su mano siempre reaccionaba más rápido que su cerebro. Antes de darse cuenta, ya había puesto la mano sobre la clavícula de Esteban.
En ese instante, Esteban abrió los ojos.
Serena fingió estar confundida.
—Vaya, ¿hay mosquitos en pleno invierno?
Esteban también tenía resaca, y probablemente había bebido demasiado. El estómago le dolía con una punzada persistente.
Soltó una risa seca.
—¿Sí? ¿Y dón