Serena se había duchado, se puso el pijama, secó su cabello y se recostó en la cama con una mascarilla facial mientras leía una novela.
Cuando Esteban entró, lo primero que vio fue esa mascarilla dorada, reluciente como una máscara, cubriendo el rostro de Serena.
Serena cuidaba muchísimo sus mascarillas.
Jamás dejaba que alguien las tocara, especialmente esa que llevaba puesta: una edición personalizada de cuarenta mil dólares por unidad, más valiosa que su propia vida.
Esteban no le prestó atención y se fue directo a su despacho a ocuparse de unos documentos.
Después de revisar algunos contratos, miró el reloj. Ya eran las once y media.
Normalmente, Esteban jamás se acostaba tan temprano. Pero cuando había en su cama un somnífero humano con forma de chica... era otra historia.
Serena ya se había quitado la mascarilla y dormía profundamente.
Dormía con una tranquilidad que resaltaba aún más su belleza: rostro puro y brillante, tan delicado que parecía tallado en jade blanco.
Sus mejil