Desde fuera se escuchaban ruidos apagados, voces lejanas y movimiento, pero dentro de la habitación reinaba un silencio absoluto.
Esteban tenía una ligera sonrisa dibujada en los labios.
—Serena —dijo con esa voz grave y cálida que siempre resultaba tan agradable al oído.
Pero esta vez, al oírlo, Serena sintió un cosquilleo extraño en el pecho, una electricidad suave que la dejó tensa.
No quería admitirlo, pero no podía negarlo: Esteban era un hombre con un encanto magnético.
Sin embargo, en ese momento, Serena no sabía si el efecto del fármaco en su cuerpo ya se le había pasado.
A simple vista, parecía estar perfectamente.
Pero las apariencias engañaban.
Serena se incorporó de la cama y, casi sin pensar, comenzó a caminar hacia la puerta.
—¿Señor Esteban, tiene sed? Puedo ir a buscarle un vaso de agua...
Esteban la sujetó por los hombros y la empujó suavemente contra el marco de la puerta.
Serena podía oler el leve aroma a alcohol en su aliento. No era desagradable. Se mezclaba con s