Serena terminó eligiendo el sofá.
O quizá la próxima vez debería ponerse unos tacones.
Así era realmente agotador; ya no sentía fuerzas en las piernas.
Ese día había estado en casa todo el tiempo, vestida con un delicado vestido de satén suave y ligero que le llegaba justo por encima de las rodillas.
Cuando se sentó sobre las piernas de Esteban, el dobladillo subió unos centímetros más.
Cada prenda de Esteban solía ser confeccionada a medida por un sastre que volaba desde Estados Unidos cada mes; desde las corbatas hasta los zapatos de cuero, todo era hecho exclusivamente para él.
Serena, en cambio, prefería ir de compras, adquirir ropa de distintas marcas y estilos, incluso si coincidía con otras personas no le importaba.
Esteban, sin embargo, era más reservado; por eso, en una de sus sesiones de sastrería, hizo que el diseñador tomara también las medidas de Serena, y mandó confeccionar un armario entero de vestidos y pijamas solo para que ella los usara en casa.
El que Serena llevab